31 marzo 2021

La obediencia de san José

«José se levantó enseguida, y, siguiendo la orden que había recibido, tomó al niño y a su madre durante la noche y partió a Egipto. Consideraré aquí la obediencia de este hombre justo y me propondré imitarlo, porque tal obediencia encierra los cuatro grados que constituyen la perfección de esta virtud.

José obedece con entera sumisión de juicio. A la primera palabra del ángel, acepta sin discutir la orden divina. Él podría decirle al Señor que hay vías más fáciles y más suaves para librar a su Hijo; que si la huida es necesaria, al menos le ordene ir a Arabia, o a Samaria, y no a Egipto. Pero, lejos de este corazón recto el pensamiento de una objeción aun plausible. San José se somete respetuosamente y calla. El embajador celestial cumplió su misión ante él y no tiene la curiosidad de saber más. No le hace, pues, ninguna pregunta, y así cumple al pie de la letra el consejo que nos da el Espíritu Santo en el libro del Eclesiástico: “No busquéis lo que está por encima de vosotros: no tratéis de penetrar lo que sobrepasa vuestras fuerzas, sino pensad siempre en lo que Dios os ha ordenado hacer y no examinéis curiosamente todas sus obras”.

José obedece con valor y magnanimidad. La ejecución del mandato es difícil. Se trata de abandonar su casa y su país, renunciar a todo trato con los suyos, ir al exilio en una región lejana y desconocida, y todo ello sin ningún auxilio humano. Pero el deseo que tiene de cumplir la voluntad divina le hace sacrificar generosamente la suya. ¿Osaré decirlo? Su obediencia supera a la de Abraham, porque este santo patriarca salió, es cierto, de su país y olvidó la casa de su padre para ir adonde Dios lo llamaba; pero llevaba con él inmensas riquezas y lo acompañaban gran número de servidores.

San José obedece puntualmente y sin dilación. No prolonga su sueño hasta la mañana; no se queda en la cama el resto de la noche, sino que se levanta inmediatamente, manifiesta a su santa esposa la revelación del Ángel y, en el mismo momento, parten sin preocuparse de llevar nada consigo. Están, pues, en camino antes del amanecer, para cumplir exactamente la orden que les ha sido dada, huir en secreto, y eso lo pueden hacer gracias a las sombras de la noche.

María y José obedecen con satisfacción y alegría. Las jornadas son largas y penosas; están desprovistos de todos los recursos que podrían aliviar el cansancio del viaje. Pero ellos casi no piensan en esas privaciones; la alegría interior que sienten les quita todo sentimiento de pesar; dos pensamientos ocupan su mente: Dios quiere que sufran, y la voluntad divina es para ellos el más sólido consuelo; además, tienen con ellos al divino Niño. Su dulce compañía es más que suficiente para llenar de encanto su soledad; esta ocupa para ellos el lugar de todo, en medio del más completo abandono. Por eso, no buscan fuera de él los auxilios y las distracciones que se procuran comúnmente con tanta diligencia los otros viajeros.

¡Oh Dios todopoderoso!, que inspiráis a María y a José los sentimientos de una obediencia tan perfecta, os suplico, por sus méritos, me los concedáis a mí, a fin de que os obedezca como ellos, con una total sumisión de juicio, con valor, prontitud, alegría, animado del único deseo de hacer vuestra voluntad, y lleno de confianza en que vuestra Providencia no me abandonará jamás, mientras yo ponga todos mis cuidados en conformar mis deseos con los vuestros» (Venerable Luis de la Puente)

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)

 


24 marzo 2021

“Alguien que os quiere bien”

Acudamos a san José con confianza en nuestras necesidades. Un par de historias que nos ayudarán a hacerlo.

«A comienzos de febrero, cuenta una comunidad de religiosas de Estados Unidos, nosotras habíamos colocado junto a la estatua de san José, en el vestíbulo de la entrada, la foto de un pequeño coche con una nota explicativa de nuestra necesidad. Llegó marzo sin traer respuesta... pero el miércoles de la última semana un señor llamó por teléfono, diciendo que quería regalarnos un coche. Preguntaba si una hermana podía acompañarlo al comercio, a fin de traérselo a nuestro convento. Cuando el vendedor presentó el coche en cuestión, era exactamente el modelo representado en la foto: ¡un pequeño Ford azul oscuro!

La bendición del vehículo tuvo lugar algunos días más tarde y vamos a hacer celebrar una Santa Misa de acción de gracias en honor de san José. ¿No había sido él, en cierto modo, el que había "firmado" su respuesta?»

***

«La colecta habitual del mes de septiembre en Kerala debió ser suspendida ese año, cuentan las Hermanitas de los Pobres de una casa del sur de la India. Ellas acudieron a san José con gran fervor, y esa inmensa confianza que comparten todas las Hermanas de la Congregación, pidiéndole que les solucionara ese problema, porque la gente de este Estado aprecia la obra en favor de las personas de edad y es muy generosa.

Apenas había sido tomada la decisión, nuestro buen santo comenzó a enviarles sorpresas. Una de las más inesperadas fue una ofrenda de 1.500 dólares, de parte de una persona desconocida de las religiosas.

Algún tiempo después, otra persona, que no había oído hablar jamás de la Congregación, realizó la venta de un terreno en condiciones ventajosas. Hablando con un funcionario de Kotagir, ciudad bastante alejada de la de las Hermanas, expresó su deseo de hacer algo por los pobres. Este funcionario, que antes había trabajado en la ciudad de las religiosas, le dijo que conocía una institución en la cual su contribución sería bien utilizada. El bienhechor las visitó sin dar razón de su presencia allí. Muy impresionado por los residentes y por todo lo que había visto, puso en manos de la Madre Superiora, en el momento de despedirse, un cheque de 750 dólares. Como ella le preguntaba a nombre de quién debía hacer el recibo, él respondió: “Alguien que os quiere bien”».

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)


 

19 marzo 2021

Todo por Jesús, todo por María, todo imitando a san José…

Todo por Jesús, todo por María, todo imitando a san José… de la mano de san Alfonso Mª de Ligorio.

«Que sea para nosotros un deber honrar a san José, ¿quién puede dudar de ese deber desde que el mismo Hijo de Dios quiso honrarlo con el nombre de padre?

Y, en verdad, los evangelistas no dudaron en darle ese nombre: “Su padre y su madre, dice san Lucas, se admiraban de cuanto se decía de él” (Lc 2, 33). Es también el nombre que le dio la divina Madre: “Tu padre y yo te buscábamos desconsolados de haberte perdido” (Lc 2, 48)

Si, pues, el Rey de los reyes quiso elevar a José a un honor tan grande, es muy conveniente y muy justo que nosotros busquemos honrarlo tanto como podamos.

“¿Qué ángel o qué santo, dice san Basilio, mereció jamás ser llamado padre del Hijo de Dios? [...] José ha sido más honrado por Dios que todos los Patriarcas, los Profetas, los Apóstoles, los Pontífices; todos ellos tienen el nombre de servidores, José tiene el de padre”.

Así, pues, he aquí a José, como padre, designado jefe de esta pequeña familia, pequeña por el número, pero grande por los dos grandes personajes que albergaba, a saber: la Madre de Dios y el Hijo único de Dios hecho hombre. En esta casa, José manda y el Hijo de Dios obedece. “Esta sujeción de Jesucristo, dice Gerson, demostrándonos con ella la humildad del Salvador, nos hace ver la gran dignidad de San José”. Y ¿qué mayor dignidad, qué mayor encumbramiento que mandar en Aquel que impera sobre todos los reyes?» (San Alfonso María de Ligorio)

Todo por Jesús, todo por María, todo imitando a san José, tal será nuestro lema en la vida y en la muerte.

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)


 

17 marzo 2021

Tentación de san José

«José, su esposo, como era justo y no quería denunciar a María, se propuso dejarla en secreto. Con toda razón José no quiso acusarla, puesto que era justo. En efecto, no habría sido justo si hubiera disimulado el adulterio. Así mismo, ¿podría ser justo condenando a aquella cuya inocencia conocía? Siendo pues justo y no queriendo exponer a María al oprobio, prefirió abandonarla en secreto.

¿Por qué quiso dejarla? Escuchad esto, que no es mi pensamiento, sino el de los Padres. La razón por la cual José quiso separarse de María es la que alegaba el mismo san Pedro para alejar de él al Señor: “Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador”, así como también el centurión para alejarlo de su casa: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa”. Lo mismo ocurría con san José quien, juzgándose él también indigno y pecador, se decía en su fuero íntimo: “Ella es tan perfecta y tan grande que no merezco que me conceda por más tiempo compartir su intimidad; su dignidad admirable me supera y me atemoriza”. Con temor religioso, percibía que ella llevaba la señal muy nítida de la presencia divina y, como no podía penetrar el misterio, prefería abandonarla. El miedo se apoderó de Pedro ante la grandeza del poder, el miedo se apoderó del centurión ante la majestad de la presencia. Un temor muy natural se apodera de José, como de todo hombre, ante el carácter inaudito de ese milagro extraordinario, ante la profundidad del misterio: y he aquí por qué quiso dejarla en secreto.

¿Puede uno sorprenderse de que José se considerara indigno de vivir en comunidad con la Santísima Virgen, cuando se nos dice que la misma santa Isabel no pudo permanecer en su presencia sino con temblor y respeto? He aquí sus palabras: “¿De dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a mi casa?”. He ahí por qué san José quiso abandonarla. Pero ¿por qué en secreto y no a la luz del día? Para evitar toda averiguación sobre el motivo de la separación y eludir la obligación de rendir cuenta. Si él hubiera expresado su sentir y la prueba que tenía de la pureza de María, los judíos ¿no hubieran ido al instante a zaherirlo y apedrear a María? Esos judíos, ¿cómo hubieran creído en la Verdad aún silenciosa en el seno maternal, siendo así que más tarde despreciaron sus clamores en el templo? ¿Qué habrían hecho a Cristo aún invisible, ellos que después pondrían sobre él sus manos sacrílegas cuando brillaba por la grandiosidad de sus milagros? Es, pues, con mucha razón que José, el hombre justo, para no verse obligado a mentir o a exponer al vituperio a una inocente, quiso separarse de Nuestra Señora en secreto» (San Bernardo)

Tengamos gran confianza en la bondad paternal de san José y pidámosle su profunda humildad y buen discernimiento.

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)


10 marzo 2021

Acordaos, san José...

«Dos padres franciscanos navegaban cerca de las costas de Flandes, cuando se levantó una furiosa tempestad que hizo naufragar al navío con trescientos pasajeros. Los dos religiosos se sujetaron a uno de los restos del barco y se sostuvieron así sobre las olas. En esta situación tan angustiosa, se encomendaron a san José y permanecieron tres días entre la vida y la muerte. Por fin, al tercer día, el santo vino en su auxilio. Se les apareció de pie, sobre la tabla que los sostenía, bajo el aspecto de un joven lleno de gracia y majestad.

Los saludó de manera más amable, lo que bastó para llenar sus corazones de un consuelo indecible y comunicar a sus miembros un vigor milagroso. Después, desempeñando el oficio de piloto, los guio a través de las aguas y los dejó en la costa.

“Yo soy San José, les dijo. Si queréis agradarme, recitad siete veces el Padre nuestro y el Ave María en memoria de los siete Dolores y Gozos que experimenté mientras vivía en la tierra, en compañía de Jesús y de María”.

Dicho esto desapareció, dejando a los dos religiosos rebosantes de alegría y reconocimiento».

 

Oremos el “Acordaos de san José” del Papa Pío IX (1863)

“Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María,

mi amable protector, san José,

que jamás se oyó decir que ninguno que haya invocado vuestra protección

y pedido vuestro auxilio, haya sido abandonado de vos”.

 

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)


 

 

03 marzo 2021

Aprendamos a escuchar la voz de san José

Santa Teresa de Jesús se había ido de Valladolid para ir a fundar un monasterio en Beas, en Andalucía, cuando atravesando los desfiladeros de Sierra Morena, los conductores de los carros se extravían. Avanzan imprudentemente a lo largo de un pasaje tan estrecho que pronto no pueden ni avanzar ni retroceder. Teresa y sus compañeras permanecen suspendidas encima de precipicios y barrancos; al menor movimiento, van a rodar al fondo con los demás viajeros.

-¡Recemos, hijas mías!, dice la santa; pidamos a Dios por la intercesión de san José que nos libre de este peligro.

En ese mismo momento, una voz semejante a la de un anciano les grita con vigor:

-¡Deténganse, deténganse! Si avanzan, están perdidos.

-Pero, ¿cómo salir de este peligro?, preguntan.

-Inclinen los carros hacia este lado concreto, prosigue la voz, y den marcha atrás.

Se siguen las indicaciones; los guías, con gran sorpresa, vuelven a hallar inmediatamente un camino excelente, y, llenos de reconocimiento hacia su salvador, se lanzan hacia el lugar de donde les hablaba, a fin de darle las gracias. Teresa los sigue con la mirada, viéndolos correr a toda prisa y buscar en vano:

-Verdaderamente, dice a sus hijas, no sé por qué dejamos partir a esa buena gente, porque es la voz de mi padre san José la que nosotros oímos y ellos no lo encontrarán.

 

Aprendamos a escuchar la voz de tan gran padre que siempre anhela cuidarnos y guiarnos.

 

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)