Vivir el duelo desde la esperanza
Sé que no es fácil vivir lo que
indica el título de este artículo. Es más, realmente es un regalo de la Gracia
del Señor poder hacerlo. Y bendito sea Dios porque es así. Si sólo tuviéramos
que contar con nuestras fuerzas no sé dónde acabaríamos, como con todo lo que
vivimos en nuestra vida cristiana.
Pero el Señor, nuestro Señor,
nuestro Dios, es un Dios Misericordioso. Y esto es importante recordárnoslo una
y otra vez a lo largo de nuestra vida. Cada instante de ella, cada segundo. Y
en especial en los momentos más difíciles, como es el momento de la pérdida de
un ser querido. O una pérdida de cualquier tipo: amorosa, laboral, enfermedad,
una amistad… en todos ellos debemos vivir el proceso del duelo.
Así que comencemos recolocando
nuestro corazón en Aquel que nos ama con locura, que está siempre con nosotros,
que nos acompaña en cada momento, feliz o doloroso. Volvamos a recordar
(re-cordar: volver a pasar por el corazón) la certeza de que nuestro Dios es
Dios Misericordioso. Que Él es Amor, bondad, ternura, suavidad, gozo, compañía,
sostén, consejo… y fiel, profundamente fiel. Y que en esta fidelidad de Dios
podemos descansar, pues Él nos ha prometido que la prueba nunca superará a la
Gracia que nos da para vivirla (cfr. 2
Corintios 12, 9) y que es un Dios de vivos, no de muertos (cfr. Marcos 12, 27). Y fijaos qué
preciosidad nos ha prometido:
«Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo
echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la
voluntad del que me ha enviado. Y esta
es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha
dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi
Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día.» (Juan 6,
37-40)
Esta es la voluntad del Padre,
manifestada y cumplida a través del Hijo, por medio de la Gracia del Espíritu
Santo: la resurrección y la vida eterna. ¡Resurrección y vida eterna! La muerte
no tiene la última palabra.
Y si ponemos nuestro corazón en
estas promesas es cuando podemos realmente descansar. Aún en medio del dolor,
aún en medio del sufrimiento, donde Él siempre nos acompaña y nos da su Gracia
para vivirlo podemos tener esperanza, como un ancla firme a la que agarrarnos
en la tormenta que estamos viviendo.
Y con humildad y sencillez,
sabiéndonos hijos amados y predilectos del Padre, abrirle ese corazón dolorido
en oración: “Señor, mi Señor y mi Dios, Padre amoroso y compasivo, de cuyas
manos he salido, en cuyo regazo me mantengo, en cuyo abrazo podré pasar toda la
eternidad. A Ti entrego mi vida y mi corazón herido. Te entrego este momento
que estoy viviendo. Te entrego aquello que me duele, depositándolo con
confianza en tus amorosas manos. Sé que Tú eres un Dios de vida, de vida
eterna, y no de muerte. Sé que tu voluntad brota siempre de tu Corazón lleno de
Amor y ternura por mí y por mis seres queridos. Por eso te entrego con
confianza y esperanza este momento, esta situación, a esta persona… para que Tú
lo llenes de tu Amor, para que recrees lo que está roto, para que restaures lo
que está herido, para que lo llenes de nuevo de tu Vida. Espero en Ti, confío
en Ti, descanso en Ti”.
"Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los
que le aman" (Romanos 8,
28). Jesús, en Ti confío.
Canción: Confía
Autora: Andrea Arias