19 mayo 2021

Es a san José a quien se lo debemos

La estrechez de la calle, en frente del jardín, era tal que el ancho semirremolque cargado de viguetas de hierro para la armadura de la futura capilla de un establecimiento religioso no tuvo el espacio necesario para girar y entrar por el portal.

Contrariado, el chófer resolvió cruzar un erial para acometer la obra por otro lado. La tentativa era arriesgada, dado el peso del cargamento. En efecto, a los pocos metros, el camión se hunde hasta la mitad de las ruedas en la tierra movediza, empapada por las recientes lluvias.

Esto ocurría al comienzo de la tarde. Durante cuatro horas, un equipo de obreros se esfuerza por sacar el camión. Hacia las seis, no más adelantados que al comienzo, fueron a advertírselo a las hermanas, que no estaban al corriente de nada.

La Superiora va al lugar, anima a los obreros y concluye: «Hay que rezar a san José».

Actitud escéptica de los obreros... El capataz deja entrever que él no es católico.

Delante de la pequeña estatua de san José, nueva sorpresa. Explicaciones breves... Nuevas sonrisas escépticas. «En todo caso, dice uno de los presentes, no es esta estatua la que va a sacar el camión... ¡No lo sacaremos de allí si no es con mucho esfuerzo!».

La buena Madre no respondió. Los intentos comenzaron de nuevo, sin conseguir otra cosa que hacer girar las pesadas ruedas en el mismo lugar con su ganga de barro. Los maderos puestos debajo del vehículo cedieron. Los gatos que no se podían usar, fueron puestos de lado. Descorazonados, los obreros pensaban abandonar el trabajo hasta el día siguiente.

Silenciosamente, la Madre Superiora tomó la estatuita de san José y la ató a la tela roja que colgaba de la viga más larga del cargamento; hecho esto, pidió probar un nuevo intento por última vez. El capataz se negó. «Vamos, dijo el chófer, si no lo hacemos nosotros... la hermana va a intentarlo ella misma».

Y salta a su asiento, pone el motor en marcha. El vehículo se pone en movimiento, las ruedas salen de las rodadas, dos minutos después el camión está en la carretera. Entonces, haciendo callar las exclamaciones de los asistentes, el capataz se acerca a la Reverenda Madre: «¡Gracias, Madre, es a san José a quien se lo debemos!»

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)