07 abril 2021

Un pequeño milagro ruso de san José

La escena transcurre en Rusia, en una casa en donde toda señal religiosa ha desaparecido. Solo la Babouchka (abuela), en la habitación de arriba, permaneció fiel a Cristo.

Un día, ella saca de su escondite el icono de san José y enciende dos cirios, y es entonces cuando Michailo, su nieto, la sorprende rezando. El niño hace mil preguntas a Babouchka y se interesa por todo lo que le dice.

Enseguida, se apresura a contar a su madre que él ha rezado a san José con la Babouchka... Matrjona, una atea implacable, reacciona como una víbora herida: «Pequeño imbécil, tú repites lo que las viejas cuentan. En Rusia, no hay Buen Dios, no hay santos y tampoco san José». Luego, con un tono más calmado: «Dime, Michailo, ¿has visto ya al Buen Dios? ¿Has encontrado alguna vez a san José? ¿O bien, el Niño Jesús te ha dado algo?... ¡Querido niño, eso son cuentos en los cuales creen aún las viejas mujeres sin instrucción! ¡Desgraciado de ti si crees en lo que dice la abuela! Los soldados vendrán y nos llevarán a todos como se llevaron al tío Iván. Entonces, llamarás a Dios en vano... ¡A Él no le importará nuestra suerte! ¿Entendido?»

Jelissay, el padre, asiste a la escena con el alma inquieta. Unos cascabeles de troica lo vuelven a la realidad. Unos amigos y paisanos de Matrjona se quedan por varios días con ellos. Son acogidos con la hospitalidad proverbial de los rusos. La vida en esa hacienda aislada será menos monótona. Gracias a la magnífica troica, organizan grandes excursiones. Los días pasan rápidos. Llega la fiesta de san José que, antes, era celebrada con solemnidad y al repique de campanas.

En ausencia de la familia y de sus huéspedes, la Babouchka enciende los cirios delante del icono de san José y ora a este gran santo en unión con los numerosos corazones rusos que han permanecido fieles a la fe de sus padres.

Al día siguiente, Matrjona vuelve con el niño enfermo. Por la noche, todo su cuerpo tiembla. La fiebre sube, los padres están enloquecidos. Los visitantes se van y prometen enviar un médico desde la ciudad más próxima. La madre vela día y noche a la cabecera de la cama del niño. Cuando por fin el doctor llega, mueve la cabeza y declara que el niño está perdido. Propone a los padres quedarse con ellos si así lo desean, hasta el desenlace fatal. El padre acepta el amable ofrecimiento y espera contra toda esperanza. En cuanto a Matrjona, desesperada, sube a la habitación de su suegra y le suplica que encienda los cirios: «Quiero orar contigo, Babouchka, le dice. Michailo no tiene más que unas horas de vida. Si sana, creeré y no me burlaré más». Prorrumpe en llanto y repite las oraciones rezadas por la anciana. Luego vuelve al lado de su niñito y no le quita los ojos de encima, moviendo los labios como si rezara...

El enfermito delira. Puede morir en cualquier momento. No ocurre así. Después de medianoche, Michailo está más tranquilo y poquito a poco se duerme. Al mismo tiempo, la fiebre baja. Con la mayor naturalidad, el médico se levanta y dice: «No tengo nada que hacer aquí. El diablo debe de haber intervenido, no puedo explicarlo de otra manera. Adiós. ¡Felicidades!»

Matrjona sigue al médico con la mirada perdida. Pero Jelissay no entiende el comportamiento de su esposa que le dice: «Querido Jelissay, no sé qué decir: ve a la habitación de tu madre, ella te lo explicará todo». Y sollozando se arrodilla y murmura: «Dios mío, yo creo... San José, os doy las gracias».

Enterado de lo que había pasado, Jelissay se pone de rodillas al lado de su esposa y oran juntos. Luego, la besa y va al encuentro de su madre, cuya fidelidad a la fe alcanzó este milagro y la felicidad de la familia.

A la mañana del día siguiente, Michailo abre los ojos y mira a sus padres con sorpresa. Pidió algo para comer. Su convalecencia llenó de gozo a sus padres, pero la alegría de haber recobrado la fe fue aún más grande.

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)