La liturgia del Jueves Santo es
una invitación a profundizar en el misterio de la Pasión que comenzó en el
Corazón de Cristo. Porque todo lo que vendrá después (los latigazos, los
clavos, los golpes…) ya los vivió Cristo en su Corazón durante los
acontecimientos que celebramos el Jueves Santo, enmarcados en la Última Cena y
en el Huerto de Getsemaní.
Para poder comprenderlo es
importante conocer algunos detalles de la cena pascual de los judíos: aunque en
occidente tendemos a imaginarnos la Última Cena como el cuadro de Miguel Ángel,
realmente los judíos se sentaban en forma de U. Y no sentados en sillas, sino acostados,
reclinados, sobre triclinios (como divanes). El invitado de honor no se sentaba
en el centro, sino el segundo empezando por la izquierda, sobre un triclinio un
poco más alto. Y, a ambos lados, tenía siempre a las personas a las que él deseaba
mostrar más afecto y cercanía durante esa cena.
Si Juan se reclinó en su Corazón,
significa que estaría recostado al lado derecho de Jesús, es decir, en la
esquina. Y Judas se encontraría en el otro lado de Jesús, pues el evangelio nos
dice que Jesús le dio a comer un trozo de pan untado, gesto también de las
comidas de los judíos que hablaba de deferencia. Es decir, que Jesús mostró
hasta el final a Judas su cariño y predilección.
Pedro no sabemos con certeza dónde
estaba, pero es muy probable que estuviera justo al otro lado, en la esquina
contraria, pues el texto nos indica que le hizo gestos a Juan para que
preguntara a Jesús quién le iba a negar. Y, conociendo el fuerte carácter de
Pedro, es muy probable que le hubiera molestado que Jesús hubiera escogido a
Juan y a Judas, en lugar de a él, para estar a su derecha y a su izquierda. Así
que, enfadado, se iría al último lugar. Ese lugar era el más cercano a la puerta
para ayudar a ir a por agua o vino si hacía falta. Y, por lo tanto, Pedro
estaría al lado de la jofaina con la que se lavaron los pies. Por eso Pedro se
negó, porque era algo que debía hacer por estar él en el último lugar.
Y entre Pedro, Judas y los demás
apóstoles, que cenaban sin darse cuenta de lo que ocurría en el interior del
Maestro, tenemos a Juan, el discípulo amado, reclinado, apoyándose en su pecho.
Él, quizá, podía intuir, por esa sintonía con el Señor, lo que estaba pasando
en lo recóndito de su Corazón.
“En aquel tiempo, Jesús profundamente conmovido, dijo: «En verdad, en
verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar». Releer el momento de la
Última Cena en el capítulo 13 de San Juan nos ayuda a entender la conciencia
con la que Jesús iba luego a consumar el sacrificio en la cruz. Él anticipa en
sus gestos, de alguna forma, de un modo incruento, lo que luego sucederá
cruentamente. A veces nos quedamos, en los relatos de la Pasión, en aquello que
es externamente más cruel: el prendimiento, la flagelación, la corona de
espinas, la crucifixión… y es verdad que todo esto produce un gran dolor al
Señor. Pero este dolor físico viene precedido por un dolor espiritual, de su
Corazón. Así como en la tormenta el relámpago precede al trueno, en la vida de
Jesús todo aquello que sufrió físicamente vino precedido por un sufrimiento del
Corazón que no se ve, pero que se puede intuir. Es un signo de todo lo que Él
estaba viviendo internamente.
Juan comienza diciendo que Jesús
estaba profundamente conmovido. Es decir, estaba revuelto, estaba mal
interiormente, no podía más. Y la razón por la que se encontraba así es porque,
de aquellos que Él había elegido con amor, con cariño, uno de los más cercanos
le iba a entregar; y a aquel que había nombrado como “príncipe de los
apóstoles”, como “piedra” de su Iglesia, le anuncia que le va a negar; que, al
final, todos le iban a dejar solo… y que iba a cargar sobre sí todo el pecado
de la humanidad esa noche. Tu pecado y el mío. Todo ello produce en el Corazón
de Jesús estar profundamente conmovido. Al Señor le duele que los más cercanos
le dejen, y le duelen nuestras negaciones y nuestras traiciones. Porque, aunque
desearíamos ser ese Juan que esté cerca del Señor, sintonizando con su Corazón,
intentando consolarle… tantas veces somos Pedro, tantas veces somos Judas…
Señor, te pido tu Gracia porque
quisiera ser siempre como Juan, pero a veces te traiciono como Judas y me voy
con otros ídolos. O soy Pedro y, por pudor, por respetos humanos, te niego. Te
pido, Señor, la Gracia de la intimidad contigo. Que viva estos días santos tan
unida a tu Corazón que sienta tu conmoción interna en mí. Que quiera
corresponder a tu Amor entregado, como hicieron María de Betania y el apóstol
Juan los días previos a tu Pasión, con gestos sencillos, pero llenos de intimidad,
amor y ternura hacia Ti, Jesús.
Canción: Graba en mi corazón
Autor: Miguel Horacio
https://youtu.be/csqRMutx30Y