11 diciembre 2018

Invitación de Adviento - 2ª semana

Ya estamos en la segunda semana de Adviento. En la primera semana escuchamos en nuestro corazón la invitación para acercarnos al portal. Hoy os invito a sentiros como uno de esos pastores que cuidaban los rebaños en las afueras de las ciudades. 


Me encuentro a la intemperie. Pasando la noche junto con el rebaño. Estoy en las periferias, allí donde sólo están los que son como yo. Tengo un trabajo que pocos quieren, porque implica ser y sentirme excluido de la sociedad al no poder seguir los cultos religiosos en la sinagoga. Al no poder cumplir todas las indicaciones para lo que algunos consideran una "vida digna". A los ojos de muchos he sido rebajado, menospreciado, excluido de sus corazones.

La noche es fría. Me cubro con la manta, intentando tapar todos los huecos que pueda haber para que no entre el relente de la noche. Miro a lo alto y veo un cielo limpio y lleno de estrellas. Tal vez pienso en mi familia, que está lejos, física o emocionalmente. O en mis amigos, los que están y los que estuvieron. O en aquellas situaciones que he vivido y que se me han escapado entre las manos. Algunas me sacarán una sonrisa, otras me harán sentirme triste.

Aunque tengo algunos compañeros, en el fondo me siento solo. En las periferias de Belén. Es una soledad que ya he experimentado no puede llenar ninguna compañía. Es un hambre profunda de algo más.

Sé que, aunque a veces crea estar solo y desamparado, nunca estoy solo. El Padre está conmigo (cfr. Juan 16, 32). Me entere o no me entere, Él está. Sólo tengo que cerrar por un instante los ojos y sentir su abrazo de Amor y Misericordia. Y lo hago en esta noche. Quiero dejarme abrazar por Aquel que llena con su Presencia la inmensidad de este Cielo lleno de estrellas. Necesito dejarme abrazar por Él en lo más profundo.

Y algo ocurre. Una dulce melodía que me habla de una gran alegría. Una gran alegría para mí, para mis compañeros, para todo el pueblo.

Con asombro y cierto temor abro los ojos y me encuentro con un ser celestial, de esos de los que alguna vez he oído hablar en la sinagoga. Tan radiante, tan lleno de belleza. Pero no, no es el ángel, es la Gloria del Señor que me envuelve con su luz y su belleza. Y siento a mi Dios más cerca aún, un Dios que me invita a dar un paso más. Un paso en fe: "No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lucas 2, 10-12)

Un niño... ¡un niño! ¡El Salvador, Cristo el Señor se ha hecho niño y viene a mi encuentro! Y soy un invitado especial, que recibe el anuncio allí donde me encuentro, tal y como me encuentro. En mi pobreza, en mis periferias, en mi sentirme totalmente indigno por algo tan grande...

Y ahora, ¿qué puedo hacer? ¿Qué debo hacer...? Sólo encuentro una respuesta: dejar que este gozo me invada, que esta gran alegría me levante de esta postración en la que estoy y me lleve con prisa, ¡a toda prisa!, a encontrarme con ese niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. No puedo hacer otra cosa...

Y corro, corro, mientras sigo escuchado cantar cantos celestiales que me hablan de la Gloria de Dios. Pero eso ya no me atemoriza, incluso ya no me importa igual, pues me he sentido abrazado en lo más profundo de mis entrañas por este Dios que me ama con locura y que me invita a algo más. Que me invita a ir más allá...


Canción: Donde quiera que te encuentres
Autora: Ester Hernández