22 julio 2020

Toda una aventura....

Me gusta mucho María de Magdala. O María Magdalena, como también la llamamos. Y cada año que pasa, un poco más. La siento más hermana, más amiga, más compañera de camino.

Y, al hilo del evangelio del Domingo pasado, me voy a aventurar a hacer una pequeña reflexión sobre ella que tal vez sea más mía que suya. ¿O tal vez me la haya inspirado esta hermana del Cielo?

Creo que ella llegó a ser lo que llegó a ser porque abrazó, e incluso llegó a amar, su trigo y su cizaña. Ambos al mismo tiempo. Lo que ella era, sus luces y sus sombras, aprendió a conocerlos...en Cristo... y en Él fue donde también aprendió y pudo abrazarlos y amarlos. En su Corazón, donde los descubrió también abrazados y amados.

Parece un poco trabalenguas, ¿verdad? Pero al final es la verdad más absoluta de nuestras vidas: somos frágiles criaturas inmensamente amadas y redimidas en ese inmenso Amor. 

María abrazó su cizaña redimida y la entregó junto con el don de su trigo a Cristo. Y ahí... brotó con gozo el don de una vida nueva en Él cuyo resplandor llega a nuestros días. 

Por eso me encanta su vida...

Mirando el mar, cuya infinitud me recuerda la infinita Misericordia de Dios, siento que trigo y cizaña se hacen uno con Él y en Él si me sumerjo en esta infinita Misericordia y me dejo llevar por Él a sus profundidades. 

Y una vez ahí... ¿quién sabe a dónde llegaré?

Es toda una aventura de Amor de Dios... ¿Te apuntas?

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