24 noviembre 2021

Beato Hermano Andrés, del Oratorio San José de Montreal

Homilía de Juan Pablo II, con ocasión de la beatificación del Hermano Andrés, el 23 de mayo de 1982 (AAS, 74, P. 825)

Veneramos en el beato Hermano Andrés Bessette a un hombre de oración y a un amigo de los pobres, pero de un estilo, a decir verdad, sorprendente.

La obra de toda su vida, su larga vida de noventa y un años, es la de un servidor pobre y humilde: Pauper, ser vus et humilis, como se escribió sobre su tumba. Trabajador manual hasta los veinticinco años, en la granja, en el taller, en la fábrica, entra luego en los Hermanos de la Santa Cruz que le confían, durante casi cuarenta años, el cargo de portero en su colegio de Montreal, y finalmente, durante casi otros treinta años, permanece como custodio del Oratorio san José en las proximidades del colegio...

¿De dónde le viene entonces su prestigio inaudito, su renombre ante millones de personas? Diariamente una multitud de enfermos, afligidos, pobres de toda clase, discapacitados o heridos por la vida, encontraban en él, en el locutorio del colegio, en el Oratorio, acogida, escucha, consuelo y fe en Dios, confianza en la intercesión de san José, en suma, el camino de la oración y de los sacramentos y con ello la esperanza y a menudo el alivio manifiesto del cuerpo y del alma. De igual modo ¿los pobres de hoy no tendrían necesidad de un amor semejante, de una esperanza igual y de una similar educación en la oración? Pero ¿qué es lo que le capacitaba para esto al Hermano Andrés?

Dios se complació en dotar de un atractivo y un poder maravillosos a este hombre sencillo, que, en sí mismo, había conocido la miseria de ser huérfano entre doce hermanos y hermanas, se había quedado sin dinero, sin instrucción, con una salud precaria, en una palabra, des provisto de todo, menos de una gran confianza en Dios. No es sorprendente que se haya sentido muy próximo a la vida de san José, el trabajador pobre y desterrado, tan familiar del Salvador, que Canadá y especialmente la Congregación de la Santa Cruz siempre han honrado mucho. El Hermano Andrés debió soportar la incomprensión y la burla a causa del éxito de su apostolado. Pero él se mantenía sencillo y jovial. Acudiendo a san José y delante del Santísimo Sacramento, él mismo practicaba, durante largos ratos y con fervor, en nombre de los enfermos, la oración que les enseñaba. ¿Su confianza en la virtud de la oración no es una de las enseñanzas más preciosas para los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, tentados de resolver sus problemas sin Dios?

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)