Terminamos nuestro particular "triduo" camino a los actos centrales de la renovación de la Consagración de España al Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles (Getafe, Madrid)
La renovación de la Consagración se hará en el marco incomparable de una celebración eucarística. Por ello, hoy nos vamos a acercar al corazón eucaristíco del voluntario (y del cristiano), con un texto precioso del Papa Francisco de la catequesis impartida en la audiencia general del 4 de abril del 2018:
"...sabemos que mientras la misa finaliza, se abre el compromiso del
testimonio cristiano. Los cristianos no van a misa para hacer una tarea
semanal y después se olvidan, no. Los cristianos van a misa para
participar en la Pasión y Resurrección del Señor y después vivir más
como cristianos: se abre el compromiso del testimonio cristiano. Salimos
de la iglesia para «ir en paz» y llevar la bendición de Dios a las
actividades cotidianas, a nuestras casas, a los ambientes de trabajo,
entre las ocupaciones de la ciudad terrenal, «glorificando al Señor con
nuestra vida» (...) Cada vez que salgo de la misa, debo salir mejor de como entré, con más
vida, con más fuerza, con más ganas de dar testimonio cristiano. A
través de la eucaristía el Señor Jesús entra en nosotros, en nuestro
corazón y en nuestra carne, para que podamos «expresar en la vida el
sacramento recibido en la fe» (Misal Romano. Colecta del lunes en la Octava Pascua)
De la celebración a la vida, por lo tanto, consciente de que la misa
encuentra el término en las elecciones concretas de quien se hace
involucrar en primera persona en los misterios de Cristo. No debemos
olvidar que celebramos la eucaristía para aprender a convertirnos en
hombres y mujeres eucarísticos. ¿Qué significa esto? Significa dejar
actuar a Cristo en nuestras obras: que sus pensamientos sean nuestros
pensamientos, sus sentimientos los nuestros, sus elecciones nuestras
elecciones. Y esto es santidad: hacer como hizo Cristo es santidad
cristiana. Lo expresa con precisión san Pablo, hablando de la propia
asimilación con Jesús, y dice así: «Con Cristo estoy crucificado: y no
vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gálatas 2, 19-20).
Este es el testimonio cristiano. La experiencia de Pablo nos ilumina
también a nosotros: en la medida en la que mortificamos nuestro egoísmo,
es decir, hacemos morir lo que se opone al Evangelio y al amor de
Jesús, se crea dentro de nosotros un mayor espacio para la potencia de
su Espíritu. Los cristianos son hombres y mujeres que se dejan agrandar
el alma con la fuerza del Espíritu Santo, después de haber recibido el
Cuerpo y la Sangre de Cristo. ¡Dejaos agrandar el alma! No estas almas
tan estrechas y cerradas, pequeñas, egoístas, ¡no! Almas anchas, almas
grandes, con grandes horizontes... dejaos alargar el alma con la fuerza
del Espíritu, después de haber recibido el Cuerpo y la Sangre de Cristo."
La verdad es que no se puede decir nada más ni mejor...
Parafraseando al Papa Francisco, el voluntario es hombre y mujer eucarístico, que en su servicio deja actuar a Cristo a través de sus manos, de sus gestos, en lo más pequeño y sencillo y en lo más grande;
que su mirada y sus oídos están impregnados de Cristo y por ello sus pensamientos son los de Cristo;
que su corazón late al unísono del Corazón de Cristo y por ello sus sentimientos son los de Cristo;
que su anhelo es cumplir la voluntad del Padre y por ello sus elecciones son las de Cristo;
y, con todo ello, vive la plenitud de su vocación cristiana: la santidad.
El voluntario está llamado a ser santo. Con un alma generosa, con un alma magnánima, lleno de la fuerza del Espíritu Santo que le agranda el alma. "¡Dejaos agrandar el alma! No estas almas
tan estrechas y cerradas, pequeñas, egoístas, ¡no! Almas anchas, almas
grandes, con grandes horizontes... dejaos alargar el alma con la fuerza
del Espíritu..."
Los actos centrales comienzan mañana. Vivamos y sirvamos con magnanimidad de alma y mirándole a Él, sólo a Él...