12 mayo 2021

Respuesta de san José a la invocación que le habían hecho

En el siglo XIX, un sacerdote, dedicado durante muchos años al ministerio de las almas en Francia, era consultado frecuentemente por la superiora de un gran establecimiento penitenciario dirigido por religiosas. Este centro, situado en el campo y sostenido por la generosidad de varias damas nobles, contaba en aquel momento con más de ochocientas mujeres arrepentidas que se habían refugiado allí para escapar del vicio y de la vergüenza y que, aparte de las contribuciones voluntarias de personas caritativas, no tenían más recursos que el trabajo de sus manos. La superiora recibía encargos de varios grandes almacenes de París y eso era lo que le permitía mantener a tanta gente.

«Entre nuestras ochocientas chicas, decía ella a este sacerdote, hay unas cuatrocientas que viven como verdaderas santas». En un momento dado, las industrias que proveían de trabajo al establecimiento cesaron los pedidos durante cierto tiempo. Se buscó en otro lado un proveedor, pero fue en vano. Ya casi todos los recursos estaban agotados, no se podía continuar más así. «Si no nos llegan auxilios, dijo la superiora al sacerdote director suyo, hay que resignarse a morir de hambre, o despedir a nuestras pobres muchachas. Y si las despacho, ¿acaso no volverán a caer en el vicio y se perderán para siempre? ¿Qué hacer? Se lo ruego». – «Diríjase a San José, le respondió el sacerdote, comience una novena en su honor con toda su comunidad».

La superiora siguió el consejo. Por esos mismos días precisamente, un compañero del sacerdote tenía que ir a una ciudad de provincia, donde estaba invitado a predicar un sermón un día de gran solemnidad. Su amigo le había hablado de la estrechez de la pobre comunidad y de la novena a san José que acababan de comenzar para lograr algunos recursos. Cuando llegó a dicha ciudad, nuestro misionero se dirigió al hotel. A la mañana siguiente, después de las cinco, oye llamar a su puerta; abre y ve delante de él a un criado con traje de librea que le ruega se digne ir a ver a su señora, una condesa X., que desea encarecidamente hablar con él. A pesar de su sorpresa, el misionero no duda y sigue al instante al criado. Encontró a la señora que lo había llamado en un estado de agitación extrema.

«Permítame, padre, le dijo, contarle lo que me ha sucedido esta noche y pedirle consejo. He visto aparecer a un anciano venerable que, con un gesto amenazador, me ordenó ir en auxilio de un cierto convento. Desde ese momento, no tengo descanso y estoy presa de una gran agitación. Dígame, pues, Padre, lo que debo pensar de todo esto».

El sacerdote empezó a sonreír, sabiendo perfectamente de qué se trataba, porque su compañero le había informado sobre la novena en honor de San José.

-«¡Qué! ¿Se ríe usted., le dijo la dama, cuando yo estoy completamente fuera de mí y no sé qué hacer?»

-«Yo sonrío, señora, le contestó el misionero, porque ya estoy al corriente de todo y estoy en condiciones de darle un buen consejo».

Y le contó todo lo que sabía por su compañero respecto a la aflicción del establecimiento penitenciario y sobre el recurso de las jóvenes a san José.

-«¿No piensa Ud., dijo al despedirse de la señora, que san José oyó la oración de esas pobres chicas y quiso elegirla a usted como instrumento de sus misericordias? Sería usted digna de lástima si no quisiera comprender las amenazas del santo».

Tras haber dado todas estas explicaciones a la dama, el misionero se marchó y volvió a su hotel. Pronto oye nuevamente golpear a su puerta. Abre. Es el mismo criado de librea que se presenta y le entrega de parte de la condesa un sobre sellado diciéndole que su señora le envía su contenido. El padre abre el sobre y encuentra la suma exacta que necesitaban las religiosas. Era la respuesta de san José a la invocación que le habían hecho.

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)