Este relato histórico fue
extraído de «Las escaleras inexplicables» de la hermana M. Florián. En 1873,
las religiosas de la Academia de Loreto de Nuestra Señora de la Luz, en Santa Fe,
sur de los Estados Unidos (Nuevo México), contrataron carpinteros mexicanos
para la construcción de una capilla gótica siguiendo el modelo de la Sainte
Chapelle de París. Concebido por el arquitecto P. Mouly, este edificio fue
construido en cinco años y su coste ascendió a 30.000$. Medía 22,50m. de largo
por 7,50m. de ancho y 25,50m. de alto. Casi acabada la construcción, se descubrió
un error o una omisión: no había ningún medio para subir al coro que se
encontraba al fondo de la capilla.
Se llamó entonces a varios
carpinteros, pero sus respuestas fueron todas idénticas: en razón de la altura,
resultaba imposible construir una escalera. Ocuparía demasiado lugar en la nave;
habría, pues, que usar una escalera de mano o reconstruir completamente el
coro. Consternadas, las hermanas de Loreto resolvieron confiar a san José, cuya
fiesta estaba próxima, esta dificultad humanamente insoluble. Comenzaron
entonces una novena en su honor.
El último día de la novena, un
hombre de cabellos entrecanos, acompañado de un asno y llevando una caja de herramientas,
se detuvo en la Academia. Pidió hablar con la Madre Magdalena, superiora a
cargo del convento en aquella época, y le ofreció sus servicios para la
construcción de una escalera. Encantada, la Madre Magdalena aceptó inmediatamente.
La construcción duró cerca de seis meses. Algunas religiosas que presenciaron
los trabajos, notaron que el misterioso artesano había usado únicamente una sierra,
una escuadra y un martillo. Recuerdan haber visto unas cubas repletas de tajos
de madera. Cuando la Madre Magdalena buscó al obrero para pagarle, le fue
imposible encontrarlo. Se ofreció una recompensa; nadie la reclamó. Incluso el
taller de manufactura de la madera no tenía ningún documento de compra de la
madera utilizada.
La obra es una escalera circular
de 33 escalones y 2 espirales completas de 360°, sin ningún soporte central. Se
apoya arriba sobre el coro y abajo sobre el piso que la sostiene completamente.
Unos tarugos de madera sirven de clavos.
A lo largo de los años,
arquitectos y constructores de numerosos países extranjeros inspeccionan esta
obra maestra de la arquitectura. Todos se admiran de ver que esta escalera
exista aún. Algunos pensaban que se derrumbaría al poco de usarla, pero a pesar
de su empleo diario continúa resistiendo desde hace más de un siglo.
En la Academia, la Hermana Mary,
en aquel entonces de trece años, fue una de las primeras en subir por la
escalera con sus amigas, pero asustadas la bajaron de rodillas. No resulta difícil
de comprender, pues la escalera carece de pasamanos.
Algunos expertos en la materia
afirman que los largueros de la combadura han sido instalados con precisión. En
el interior, la madera está empalmada en siete lugares diferentes y en nueve
lugares en el exterior, formando cada pieza una curva perfecta. Además, esa
madera es dura y no sería originaria de Nuevo México. Dónde fue adquirida, es
todavía un misterio.
El señor Carl R. Albach, encargado
de la instalación eléctrica, debió subir varias veces esta escalera para llegar
al contador que se encuentra en lo alto del coro. Sintió cada vez un cierto
movimiento vertical, como si las dos vueltas de 360° formaran un ancho resorte.
No es el único que lo sintió. La actual Madre Superiora, Madre Ludavina, tuvo
también la misma sensación subiendo la escalera. Quizá sea ese el secreto de su
construcción.
¿El mismo san José es el autor de
esta magnífica escalera milagro? Cualquiera que sea la respuesta, las Hermanas
de la Academia de Loreto están seguras de que la escalera fue una respuesta a
sus oraciones confiadas al glorioso esposo de Nuestra Señora, el modelo de los
artesanos y el consolador de los afligidos.
(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)