25 agosto 2021

Obediencia de Jesús a san José

«El solo ejemplo de Jesucristo en su vida terrena, que quiso dar prueba de tanto respeto y obediencia a san José, debería bastar para animarnos a todos a ser defensores celosos y fervientes de la devoción hacia este gran santo.

Jesús, desde el instante en que su Padre celestial le asignó a José para ocupar su lugar en la tierra, lo miró siempre como a su padre, y, como tal, lo respetó y obedeció durante treinta años: "Et erat subditus illis", y les estaba sometido (Lc 2, 51). Lo que significa que durante todo ese tiempo la única ocupación del Redentor fue obedecer a María y a José. Durante todo ese tiempo, le correspondió a José mandar, como quien había sido constituido jefe de esa pequeña familia; y a Jesús, obedecer, como subordinado; hasta tal punto que Jesús no realizó jamás una sola acción, ni dio un solo paso, ni tomó jamás su alimento, ni se entregó al reposo, sino siguiendo las órdenes de san José...

Esta humilde obediencia de Jesucristo nos hace conocer que la dignidad de José es superior a la de todos los santos, excepto la de la divina Madre.

De este modo, con razón un autor erudito ha dicho: “Tiene derecho bien ganado a ser honrado por los hombres, aquel al que el Rey de los reyes quiso elevar tan alto”. Por eso el mismo Jesucristo recomendó a santa Margarita de Cortona “tener devoción especial a san José, por ser el que le había procurado el alimento durante su vida” (san Alfonso María de Ligorio)

“José no solamente tuvo el nombre de padre de Jesús, sino que ejerció dicha misión, tanto como un hombre puede hacerlo”, dice san Juan Damasceno.

La paternidad no la constituye únicamente la procreación sino también la autoridad y los cuidados del gobierno...

¿Existe una sola de las funciones del mejor de los padres que no haya sido ejercida gloriosamente por este servidor fiel y prudente, al que el Señor encargó el gobierno de su familia? ¿No fue José el que recibió al Niño Jesús y lo acostó sobre la paja en el pesebre? ¿No fue José el que enrojeció con la sangre más preciosa el instrumento de la circuncisión, cuando circuncidó a Jesús? Porque, como se sabe, eran los padres los encargados de conferir ese rito a sus hijos. ¿No fue José, el que lo salvó de la furia de Herodes, su perseguidor? ¿No fue él, el que le proporcionó, durante treinta años, con el trabajo de sus manos y el sudor de su frente, el alimento, la ropa y el alojamiento? ¡Cuántas veces los brazos de san José sirvieron de cuna al Niño Jesús! ¡Cuántos tiernos besos le prodigó! ¡Cuántas veces le dio de comer con su mano, lo vistió, le enseñó a hablar y a trabajar! ¡Cuántas veces, cuando este divino Niño se hizo mayor, José descansó sobre su corazón!

Ahora bien, si José ha sido un padre tan tierno para Jesús, ¿cómo debió ser Jesús para José? No dudemos de que haya sido para él el mejor de los hijos, y que le haya estado sometido, siéndole obediente y respetuoso, en todas las cosas, como a su Padre» (san Leonardo de Puerto Mauricio)

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)

 

18 agosto 2021

Confianza segura en san José

«La fuerte lluvia que cae sin parar desde la mañana provoca, al comienzo de la tarde, inundaciones en el barrio sur de una ciudad de los Estados Unidos: los conductos de agua se desbordan, las alcantarillas están atascadas, de tal manera que el agua inunda las calles, transformadas en ríos e invade los subsuelos; las familias deben evacuar sus habitaciones. La electricidad y el son cortados hasta el día siguiente, el aeropuerto debe ser cerrado.

En la calle, delante de nuestra casa, el agua alcanza 90 cm. de altura...

En nuestra casa, el sótano está inundado también; por prudencia, los ascensores se ponen fuera de servicio. Una vez más, san José responde a nuestra confianza: poco después de haber colocado su estatua en el exterior, y otra sobre el borde de una ventana y una lamparita a sus pies, el nivel del agua comienza a bajar... y finalmente la lluvia cesa».

Lacónica pero conmovedora, esta carta muestra cómo saben las Hermanitas de los Pobres ser agradecidas a su poderoso protector, tratando por este medio de transmitir su fe a las almas humildes que confían más en la gracia divina que en sus propias fuerzas.

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)


 

11 agosto 2021

Consagración de Francia a san José

El 7 de junio de 1660, mientras Luis XIV está en la frontera de España para recibir a la infanta María Teresa, la nueva reina de Francia, un pastor, Gaspar Ricard d'Estienne, como hacía un día muy caluroso, se refugió con sus animales bajo la sombra de los árboles del Cerro del Bessillon en el corazón de la provincia de Var, en el municipio de Cotignac. Está muy sediento porque hace mucho tiempo que agotó el agua de su cantimplora. De pronto, un hombre de contextura imponente surgió delante de él y, señalando una roca, le dijo: «Yo soy José. Levanta esa roca y beberás ». Gaspar evalúa con la mirada el peso de la enorme roca y contesta sencillamente: «No podré, es demasiado pesada». Pero el misterioso visitante reitera su orden. Entonces el pastor se acerca y, con gran sorpresa, mueve la roca al primer intento. Nueva sorpresa: una fuente de agua viva comienza a fluir en el lugar. Gaspar se arroja sobre el agua que corre y bebe con avidez. Cuando se levanta para expresar su sorpresa y su gratitud, el hombre había desaparecido.

El pastor corre a anunciar la novedad al pueblo, donde, por supuesto, nadie quiere creerle. Pero, al fin, algunas personas se deciden a seguirlo hacia el lugar que todos saben que no tiene manantial. A su llegada, gritan de alegría porque el agua corre en abundancia, desde hace tres horas, y todos constatan que la roca que Gaspar movió tan fácilmente él solo, no se mueve si no la empujan ocho hombres juntos. Gaspar adquiere entonces conciencia de la fuerza que le fue dada por el cielo y exclama: «El que estaba ahí era san José; es él el que me dio la fuerza». Todos se arrodillan como él y dan gracias a san José. Posteriormente, las curaciones obtenidas por la aplicación del agua milagrosa atraen a las multitudes hacia el Cerro del Bessillon. El culto de san José, inexistente hasta entonces en la comarca, toma un impulso extraordinario, y se extiende rápidamente más allá de la Provenza.

Con los donativos que los peregrinos depositan al lado del manantial, o entregan a los habitantes de Cotignac, los concejales municipales deciden construir, con la aprobación del obispo de Fréjus, una capilla en ese lugar, en honor de san José.

Todos estos hechos no tardan en ser conocidos hasta en París, donde el nombre de Cotignac es muy famoso desde el tiempo del voto de Luis XIII. Entonces interviene el gesto piadoso de Luis XIV hacia san José. Probablemente sorprendido por la misteriosa coincidencia entre su entrada en Francia, de regreso de España, con la mujer con quien iba a casarse dos días después y la aparición de san José en Cotignac, el rey, que ya debía a Nuestra Señora de las Gracias su propia existencia, no podía sino acceder a la petición conjunta de su madre y de su futura esposa, de decretar que a partir de ese momento la fiesta de san José sería día festivo en el reino. Después, el 19 de marzo de 1661, el rey consagró Francia a san José, como su padre lo había hecho a María veintitrés años antes.

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)

04 agosto 2021

Primacía de la vida interior

«El clima de silencio que acompaña todo lo que se refiere a la figura de san José se extiende también a su trabajo de carpintero en la casa de Nazaret. Sin embargo, es un silencio el que revela de una manera especial el perfil interior de esta figura. Los Evangelios hablan exclusivamente de lo que "hizo" san José, pero permiten descubrir en sus acciones, rodeadas de silencio, un clima de profunda contemplación. José estaba tan diariamente en contacto con el misterio escondido desde hacía siglos, que estableció su morada bajo su techo. Eso explica, por ejemplo, por qué santa Teresa de Jesús, la gran reformadora del Carmelo contemplativo, se hizo la promotora de la renovación del culto a san José en la cristiandad occidental.

El sacrificio absoluto que san José hizo de toda su existencia ante las exigencias de la venida del Mesías a su casa, encuentra su justo motivo en su insondable vida interior, de donde le vienen las órdenes y los consuelos completamente especiales y de donde fluyen para él la lógica y la fuerza, propias de las almas simples y transparentes, las grandes decisiones, como la de poner inmediatamente a disposición de los designios divinos su libertad, su vocación humana legítima, su felicidad conyugal, aceptando la condición, la responsabilidad y el peso de la familia y renunciando, en beneficio de un amor virginal incomparable, al amor conyugal natural que la constituye y alimenta.

Esta sumisión a Dios, que es prontitud de la voluntad para consagrarse a todo lo que concierne a su servicio, no es otra cosa que el ejercicio de la devoción que constituye una de las expresiones de la virtud de religión.

La comunión de vida entre José y Jesús nos lleva a considerar también el misterio de la Encarnación precisamente bajo el aspecto de la humanidad de Cristo, instrumento eficaz de la divinidad para la santificación de los hombres: en virtud de la divinidad, las acciones humanas de Cristo han sido salvadoras para nosotros, al producir en nosotros la gracia tanto en razón del mérito como por su eficacia verdadera.

Entre las acciones, los evangelistas resaltan las que conciernen al misterio pascual, pero no omiten el subrayar la importancia del contacto físico con Jesús a propósito de las curaciones (Mc 1, 41) y la influencia que ejerce sobre Juan Bautista cuando ambos estaban en el seno materno (Lc 1, 41-44)

El testimonio apostólico no dejó de narrar el nacimiento de Jesús, la circuncisión, la presentación en el Templo, la huida a Egipto y la vida escondida en Nazaret, y ello en razón del " misterio" de gracia contenido en tales "gestos", todos salvíficos, porque participan de la misma fuente de amor: la divinidad de Cristo.

Si este amor a su humanidad irradiaba sobre todos los hombres, los primeros beneficiarios eran evidentemente aquellos que la voluntad divina había colocado en su intimidad más cercana: María, su madre, y José, su padre nutricio.

Puesto que el amor "paternal" de José no podía dejar de influir sobre el amor "filial" de Jesús y puesto que, recíprocamente, el amor "filial" de Jesús no podía dejar de influir sobre el amor paternal de José, ¿cómo llegar a conocer en profundidad esta relación totalmente singular? Las almas más sensibles a los impulsos del amor divino ven con justo título en José un ejemplo luminoso de vida interior.

Además, la aparente contradicción entre la vida activa y la vida contemplativa es superada en él de manera ideal, como ocurre en el que posee la perfección de la caridad. Según la distinción bien conocida entre el amor de la verdad (caritas veritatis) y la exigencia del amor (necessitas caritatis), podemos decir que José experimentó tanto el amor de la verdad, es decir, el puro amor de contemplación de la Verdad divina que irradiaba de la humanidad de Cristo, como la exigencia del amor, es decir el amor, puro también, de servicio, requerido por la protección y el desarrollo de esta misma humanidad» (Papa san Juan Pablo II)

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)