Teniendo presente lo que reflexionábamos ayer del dolor profundo que tenía Jesús en su Corazón, vamos a ver los gestos que realiza y que celebramos en la liturgia de este día.
Es importante no quedarnos como simples
espectadores. Jesús nos ha invitado a sentarnos a la mesa con Él. Quiere que
compartamos con Él el peso que lleva su Corazón, escuchando de sus labios su
testamento vital (Juan 14-17). Quiere que nos dejemos amar hasta el extremo,
lavándonos los pies, porque es el único modo en que aprenderemos a amar. Quiere
que le acompañemos durante su oración estremecedora en el Huerto de los Olivos,
clamando, suplicando al Padre.
En esta eterna noche pascual,
Jesús se entrega a nosotros hasta hacerse sacramento permanente quedando
instituida la Eucaristía. Celebramos
la Cena del Señor en la cual Jesús, un día como hoy, la víspera de su Pasión, “mientras cenaba con sus
discípulos tomó pan…” (Mateo 28, 26). Antes de ser entregado, Cristo se
entrega como alimento, como anuncio profético y ofrecimiento anticipado y real
de su muerte antes de su Pasión. Por eso “cuando
comemos de ese pan y bebemos de esa copa, proclamamos la muerte del Señor hasta
que vuelva” (1 Corintios 11, 26). De aquí que podamos decir que la Eucaristía
es memorial no tanto de la Última Cena, sino de la Muerte y Resurrección de Cristo que es
Señor y “Señor de la Muerte”, es decir, el Resucitado cuyo regreso esperamos
según lo prometió Él mismo en su despedida: “un
poco y ya no me veréis y otro poco y me volveréis a ver” (Juan 16, 16).
Para poder celebrar la Eucaristía es
necesario el sacramento del Orden,
para que in persona Christi el
pan y el vino se conviertan, por la acción del Espíritu Santo, en el Cuerpo y
la Sangre de Cristo. Jesús les otorga el gran don del sacerdocio a los
apóstoles y la potestad de continuarlo por la imposición de manos y la oración.
Este mismo día (salvo cambio por
razones pastorales), los obispos celebran la Misa Crismal. En ella los sacerdotes renuevan las promesas
realizadas el día de su ordenación, el día que, como María, dijeron sí para ser otro Cristo en este mundo,
colaborando con Él en la salvación de los hombres. Crito Ungido renueva su llamada y su Amor para con sus ungidos. Oremos especialmente por ellos en este día: por su fidelidad a esta llamada y a este Amor preferencial de Cristo por ellos; porque se dejen hacer verdaderamente otros Cristos a semejanza de su Esposo.
Hoy celebramos la alegría de
saber que esa muerte del Señor, que no terminó en el fracaso sino en el éxito,
tuvo un por qué y un para qué: fue una entrega, un darse por “nosotros y por
nuestra salvación” (Credo). “Nadie me
quita la vida - había dicho Jesús -, sino
que Yo la entrego libremente. Yo tengo poder para entregarla.” (Juan 10,16).
Hoy se inicia la lucha entre la muerte y la vida de Aquel que lleva la victoria
porque su arma es el amor.
Porque el amor es lo tercero que celebramos este día: con el gesto del lavatorio de los pies, que Jesús realizó a los discípulos, nos deja el mandato del amor y nos
recuerda que el servicio y el amor entregado a los hermanos es la mejor manera de servirle y de ser hijos de Dios, pues Él no ha venido a ser servido sino a servir
siendo Dios hecho hombre. La humildad, el servicio y el amor se entrelazan y nos invitan a amar como Él nos ama, con su mismo Amor.
Tras la Última Cena Jesús va
a Getsemaní a
orar junto con los 11 (Judas había abandonado el Cenáculo para ir a
entregarlo). Allí reza para pedir fuerzas al Padre y poder cumplir su voluntad,
que exigirá su entrega total. Aquella noche Jesús sintió el abandono de sus
discípulos, que no pudieron estar en vela ni una sola hora. Esta noche se nos
invita a unirnos profundamente a Él en el Monumento, durante la Hora Santa o
durante toda la noche, acompañándole en su agonía y oración en Getsemaní y el posterior
encarcelamiento.
Cristo se nos entrega todo y del
todo. ¿Qué haremos nosotros? ¿Nos seguiremos reservando la vida? ¿Seguiremos
midiendo nuestro amor?
Canción: Milagro de Amor
Autor: Betsaida