28 julio 2021

Pequeños y hermosos testimonios

En una casa de Hermanitas de los Pobres, la hermana cocinera apenas tenía manzanas, escasas y caras este año. En un gesto de humilde confianza, deposita una a los pies de san José. Pocos días después, otra casa de la misma congregación recibía una llamada telefónica y se les comunicaba que un camión de manzanas había volcado en un accidente su carga en la carretera. Se les rogaba que fueran a buscar manzanas... y la comunidad de las Hermanas recibía una camioneta llena.

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Un joven hacía sus estudios en la casa del cura de su pueblo, como aspirante al sacerdocio. Deseaba  consagrar  su  vida  al  servicio  de  Dios  y  a  la  salvación  de  las  almas.

Desgraciadamente, tenía tantas dificultades con la lengua latina, que su generoso maestro perdió la paciencia y temió de momento por su éxito. Las lágrimas del estudiante, su aplicación y su piedad contribuyeron, sin embargo, a prolongar la prueba. "Mi querido hijo, dijo el venerable pastor, no veo más que un medio para salir de esta situación: es ponerte bajo la protección de san José, rogarle y suplicarle ardientemente que te conceda los talentos que no tienes; de otra manera nos quedaremos en el camino. Vamos, anímate, yo uniré mis oraciones a las tuyas y tengo la firme confianza de que seremos escuchados, porque todo lo consigue la oración perseverante".

El estudiante se arrojó en los brazos de san José y rogó con tanto fervor, que el buen Patriarca lo tomó bajo su amparo de una manera maravillosa. La inteligencia del joven se abrió poco a poco, sus talentos se desarrollaron y terminó sus clases con éxito. Cuando entró en el seminario mayor, se distinguió por sus luces tanto como por sus virtudes, y recibió el sacerdocio con honor. Nombrado sucesivamente profesor de teología dogmática y de teología moral, superior y finalmente vicario general, fue durante muchos años la luz y el consejo de la mayoría de los sacerdotes que dirigió a su vez. Lo que se notaba por encima de todo en este hombre de Dios era su confianza y su reconocimiento hacia san José, su generoso bienhechor.

 

Aprendamos de estos testimonios cuán poderosa es ante el Corazón de Dios la oración humilde y perseverante que se le dirige por intercesión del santo esposo de María.

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)

 


 

21 julio 2021

No hay amor más grande que dar la vida

Sucedió en Shanghái en 1934. El abogado Lo Pa Hong, cristiano ferviente y padre de nueve hijos vuelve a su casa. Es casi de noche. Ve a un chino acostado en el suelo. ¿Borracho? iNo! El pobre hombre se desplomó agotado, abandonado. Lo Pa Hong llama a un culí para trasladarlo al hospital más próximo. ¡Allí, rechazo! Después de eso, el culí deja su carga y desaparece. Entonces el buen samaritano carga al enfermo sobre sus hombros y lo lleva a su casa. Allí, lo cuidará y lo sanará.

Esa noche, Lo Pa Hong no podrá dormir. Un pensamiento le obsesiona. ¡Si pudiera construir un hospital de unas cuarenta camas, algunos pobres enfermos podrían sanar! Conoce un cementerio abandonado que actualmente sirve para depurar aguas residuales. Es allí donde, a la caída la noche, las mujeres sin corazón dejan sus bebés, que, tras la noche, serán despedazados y devorados por los perros. Entonces compra el terreno. El consejo municipal se muestra generoso cediéndole las piedras de un muro de ciudad. Apenas Lo Pa Hong comenzó las primeras construcciones debe interrumpir las obras por falta de dinero. No quedan más que 80$. ¿Qué hacer? Compra una estatua de san José y la coloca en el medio del terreno. Luego se dirige al gran santo: “Querido san José, si quieres que allí se levante una casa de caridad y misericordia, ¡ayúdame, no tengo nada más!”.

Y se pone a pedir. ¿Encontrará manos y corazones abiertos?... ¡Ciertamente se diría que san José le acompaña! Lo Pa Hong recibe tanto dinero que puede acabar su primera construcción. ¡Más aún! Construye otros dieciséis grandes edificios, entre ellos varios hospitales, un orfanato para niños abandonados, un hogar para albergar a las mujeres perdidas, un centro para ciegos, otro para inválidos, una escuela profesional para jovencitas, una escuela de artes y oficios. Luego treinta y tres iglesias o capillas para la región. Todo esto se transformó en una pequeña ciudad, obra de Cáritas... En cinco meses, Lo Pa Hong bautizó doscientas personas, entre ellas algunos condenados a muerte, bautizados justo antes de la ejecución.

Lo Pa Hong habló, pidió, rezó y se sacrificó hasta el 30 de diciembre de 1937. A los 64 años, murió mártir de la caridad. Dos hombres a sueldo le asesinaron.

¡Un santo de nuestro tiempo! San José le permitió realizar una obra de caridad sin igual. No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos (Jn 15, 13).

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)

 


 

14 julio 2021

Humildad y virginidad

«Si san José tenía cuidado de mantener guardadas sus virtudes bajo el amparo de la santísima humildad, tenía una solicitud particular para esconder la preciosa perla de su virginidad; es por eso por lo que consintió en casarse, a fin de que nadie pudiera saberlo, y para que bajo el santo velo del matrimonio pudiera vivir más oculto.

De ahí se desprende que las vírgenes y aquellos que quieran vivir castamente conocen que no es suficiente ser vírgenes, si no son humildes y no encierran su pureza en el vaso precioso de la humildad, porque de otra manera, les sucederá como a las vírgenes necias, las cuales, faltas de humildad y de caridad misericordiosa, fueron expulsadas de las bodas del Esposo, y al partir fueron obligadas a ir a las bodas del mundo, donde no se observa el consejo del Esposo celestial que dice que hay que ser humilde para entrar a las bodas, quiero decir, que hay que practicar la humildad: “Y así nos lo indica, al ir a las bodas, o al ser invitados a las bodas, ocupad el último lugar”.

En consecuencia, vemos cuán necesaria es la humildad para la conservación de la virginidad, puesto que indudablemente nadie entrará en el banquete celestial y en el festín nupcial que Dios prepara a las vírgenes en la morada celestial, si no viene acompañado de esta virtud de la humildad.

No se tienen los objetos preciosos, sobre todo los ungüentos fragantes, al aire; porque además de que los ornas se disiparían, las moscas los dañarían, y les harían arder su precio y su valor. Lo mismo ocurre con las almas santas, las cuales, por temer perder el precio y el valor de las buenas obras, las encierran ordinariamente en un vaso pero no en un vaso común como sucede con los ungüentos celosos, las ponen en un vaso de alabastro (como el que santa Magdalena derramó o vació sobre la cabeza sagrada, Nuestro Señor).

Ese vaso de alabastro es, pues, la humildad, en la cual debemos, a imitación de Nuestra Señora y de san José, guardar nuestras virtudes y todo lo que nos hace dignos de la estima de los hombres, contentándonos con agradar a Dios, y permaneciendo bajo el velo sagrado del aprecio de nosotros mismos, esperando que Dios, al venir a llevarnos al lugar seguro, que es la gloria, haga Él mismo brillar nuestras virtudes para su honor y gloria.

Pensemos hasta qué grado de virtud llegó san José en virginidad, en esta virtud que nos asemeja a los ángeles, si la Santísima Virgen no fue solamente virgen completamente pura y totalmente blanca, sino que Ella era la virginidad misma. Pensemos que aquel que fue desinado por el Padre Eterno como guardián de su virginidad, o, mejor dicho, como compañero, puesto que Ella necesitaba ser protegida por nadie que no fuese Ella misma, debía ser muy grande en esta virtud.

Los dos habían hecho voto de guardar la virginidad durante toda su vida, y he aquí que Dios quiere que estén unidos por el lazo de un santo matrimonio, no para hacerlos desdecirse ni para que se arrepientan de su voto, sino para volver a confirmarlos y fortalecerse el uno al otro en la perseverancia de su santa empresa; es por eso por lo que hicieron nuevamente el voto de vivir virginalmente juntos todo el resto de sus vidas.

Así, pues, muy al contrario de que José fuera puesto más alto que Nuestra Señora para hacerle romper su voto de virginidad, él le fue dado a ella por compañero, y para que la pureza de Nuestra Señora pudiera ser preservada más admirablemente en su integridad bajo el velo y la sombra del santo matrimonio y de la santa unión en que vivían.

Si la Santísima Virgen es una puerta, dice el Padre Eterno, nosotros no queremos que sea abierta; porque es una puerta Oriental, por la cual nadie puede entrar ni salir: al contrario, hay que protegerla y reforzarla con madera incorruptible, es decir, darle un compañero en su pureza, que es el gran san José, el cual para tal misión debía aventajar a todos los santos, aun a los mismos Ángeles y Querubines, en esta virtud tan recomendable de la virginidad (San Francisco de Sales)».

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)

 


 

07 julio 2021

El santo más querido por la Virgen

Una buena religiosa, cuenta el P. de Barry, era atormentada por tentaciones violentas e importunas, sobre todo durante la oración. Estaba tanto más turbada cuanto que la pusilanimidad y la desconfianza se adueñaban de su corazón. Ella se persuadía de que nunca podría llegar a esa preciosa libertad de espíritu que es, aquí abajo, el celestial atributo de los hijos de Dios. Sumida en esas angustias, recorrió a María, como a su buena Madre, a fin de encontrar de nuevo la calma y la paz. «¡Oh Virgen! – exclamó –, si vos misma juzgáis que no os concierne el darme esta gracia, dignaos al menos indicarme de entre los santos que os son más queridos un protector al cual pueda acudir con fianza y éxito».

Apenas hubo terminado esta oración, se sintió inundada de consolaciones. San José apareció a los ojos de su alma como el santo más querido de la Virgen, tanto en su calidad de esposo como en razón de sus eminentes virtudes. Sin dejar un solo instante se puso en manos de este augusto protector. San José le hizo sentir, en el mismo instante, la eficacia de su intercesión librándola de sus penas. A partir de ese momento, tan pronto como era asaltada por el demonio, recurría al digno esposo de la Virgen María y recuperaba inmediatamente la paz del corazón y la libertad de conversar apaciblemente con Dios...

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Una joven había hecho el voto de castidad. Habiendo tenido la desgracia de ser infiel a este compromiso, no tuvo la valentía de confesarse de su pecado. Desde entonces, con la profanación de los sacramentos, comenzó para ella una vida remordimientos y tormentos.

Se le ocurrió acudir a san José. Durante nueve días recitó devotamente el himno y la oración del santo. Terminada la novena la falsa vergüenza apareció y, como lo escribió ella misma al P. Barry rogándole que publicara este favor de san José, lejos de costarle, la confesión fue para ella una verdadera felicidad.

«Convencida de esta experiencia del poder y de la bondad de san José, llevo siempre su imagen sobre mi pecho con la resolución de no separarme de ella ni de día ni de noche. A partir de ese momento, he podido vencer las tentaciones impuras y he recibido tantas gracias que no sé cómo agradecerlas».

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)