27 noviembre 2021

Una pequeña cruz de metal sobre una cruz de madera

La verdad es que impresiona rezar ante la cruz profanada de Irak que estos días tenemos el regalo de venerar en nuestra parroquia. La hemos acogido con inmenso aprecio, llegada de la mano de nuestros jóvenes que a su vez la recibieron de nuestro obispo D. Ginés en la pasada OCEO (Oración con el Obispo) del viernes 12 de noviembre en la Catedral de Getafe.

Vista desde fuera no es más que una pequeña cruz de metal sobre una cruz de madera. Aparentemente es eso. Pero es mucho más: es el símbolo más hermoso que hay en el mundo del Amor más grande que jamás habrá, el de nuestro Dios entregándose en la cruz por nosotros. Y es una reliquia que está indisolublemente asociada a nuestros hermanos cristianos que, allende nuestras fronteras, llegan a dar incluso la vida por manifestar su fe en Aquel que murió en esa cruz por ellos y que ahora está vivo. Como me comentaba una hermana de la parroquia: "Si esa cruz hablara... cuánto sufrimiento de nuestros hermanos ha visto...". Y cuántos frutos de fidelidad...

Contemplar esta pequeña cruz, con esa apariencia de sencillez y pobreza, me lleva a pensar sobre nosotros, los cristianos. Realmente somos así de pobres, como ella. Somo portadores de un Tesoro en vasijas de barro. Desde fuera no siempre es fácil ver la grandeza de la VIDA que nos habita, la mayor parte de las veces porque parece que nos empeñamos en ocultarla con nuestras miserias. Somos así de pobres.

Pero lo cierto es que también somos portadores de Cristo. Y cuando somos capaces de mirar más allá de esa "primera capa" de barro vemos a todo un Dios manifestado su obra. Con delicadeza, con ternura, sin forzar nuestro ritmo.

Cuando somos capaces, por su Misericordia, de mirar más allá de la pobreza de la cruz, vemos el Rostro de Cristo Vivo. Y qué Rostro más bello...


24 noviembre 2021

Beato Hermano Andrés, del Oratorio San José de Montreal

Homilía de Juan Pablo II, con ocasión de la beatificación del Hermano Andrés, el 23 de mayo de 1982 (AAS, 74, P. 825)

Veneramos en el beato Hermano Andrés Bessette a un hombre de oración y a un amigo de los pobres, pero de un estilo, a decir verdad, sorprendente.

La obra de toda su vida, su larga vida de noventa y un años, es la de un servidor pobre y humilde: Pauper, ser vus et humilis, como se escribió sobre su tumba. Trabajador manual hasta los veinticinco años, en la granja, en el taller, en la fábrica, entra luego en los Hermanos de la Santa Cruz que le confían, durante casi cuarenta años, el cargo de portero en su colegio de Montreal, y finalmente, durante casi otros treinta años, permanece como custodio del Oratorio san José en las proximidades del colegio...

¿De dónde le viene entonces su prestigio inaudito, su renombre ante millones de personas? Diariamente una multitud de enfermos, afligidos, pobres de toda clase, discapacitados o heridos por la vida, encontraban en él, en el locutorio del colegio, en el Oratorio, acogida, escucha, consuelo y fe en Dios, confianza en la intercesión de san José, en suma, el camino de la oración y de los sacramentos y con ello la esperanza y a menudo el alivio manifiesto del cuerpo y del alma. De igual modo ¿los pobres de hoy no tendrían necesidad de un amor semejante, de una esperanza igual y de una similar educación en la oración? Pero ¿qué es lo que le capacitaba para esto al Hermano Andrés?

Dios se complació en dotar de un atractivo y un poder maravillosos a este hombre sencillo, que, en sí mismo, había conocido la miseria de ser huérfano entre doce hermanos y hermanas, se había quedado sin dinero, sin instrucción, con una salud precaria, en una palabra, des provisto de todo, menos de una gran confianza en Dios. No es sorprendente que se haya sentido muy próximo a la vida de san José, el trabajador pobre y desterrado, tan familiar del Salvador, que Canadá y especialmente la Congregación de la Santa Cruz siempre han honrado mucho. El Hermano Andrés debió soportar la incomprensión y la burla a causa del éxito de su apostolado. Pero él se mantenía sencillo y jovial. Acudiendo a san José y delante del Santísimo Sacramento, él mismo practicaba, durante largos ratos y con fervor, en nombre de los enfermos, la oración que les enseñaba. ¿Su confianza en la virtud de la oración no es una de las enseñanzas más preciosas para los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, tentados de resolver sus problemas sin Dios?

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)


17 noviembre 2021

¡Gracias, san José!

MARÍA REPETTO (beatificada por el Papa Juan Pablo II en 1998) había nacido el 5 de enero de 1807 en Voltaggio, al norte de Génova. A los veintidós años, entre en el convento de las Hijas de Nuestra Señora del Refugie en Bisagno. Siendo de salud precaria, la emplean en la costura, luego pasa a la enfermería y finalmente a la portería.

Como portera, manifiesta su gran devoción a san José; a los visitantes, les aconseja acudir al Esposo de María. Si alguien viene al locutorio a pedirle consejo y ayuda, ella pide al visitante que espere un instante, luego va a rezar delante de la estatua de san José en el corredor inmediato. Después de un momento, regresa y da la respuesta esperada.

En otra ocasión, una esposa pide a la Hermana oraciones por su marido condenado a la ceguera. La religiosa le aconseja rezar a san José, luego va a su habitación y coloca mirando a la pared el cuadro del santo Patriarca a la par que le dice : «Probad un poco, vos también, lo que es estar a oscuras».

Al día siguiente, la mujer vuelve y anuncia que su marido recobró la vista. Enseguida, la Hermana María corre a su habitación a dar la vuelta al cuadro y dice: «¿Os habéis dado cuenta de lo que es permanecer en la oscuridad?». Luego, con sencillez, añade: «i Gracias, San José!».

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)


10 noviembre 2021

Gracias sean dadas a san José

Gracias a la amabilidad de los bienhechores que prestan sus camiones por turno, las Hermanitas de los Pobres de la casa de Amiens (Francia) hacen colectas abundantes en el campo. Un miércoles, día dedicado a san José, previenen a la Superiora que su gira será más larga y probablemente no volverán antes de las seis de la tarde. He aquí que al mediodía están de vuelta. Desde la segunda granja el camión se ha llenado: hay que descargar rápido y volver a salir sin tardanza hacia otras granjas donde los están esperando.

«Está bien – dice el chófer – pero mi patrón no contaba con dos viajes de ida y vuelta y no cargué el combustible necesario.

– No se preocupe, responde la Hermanita, voy a buscar un bidón, mida por favor para ver cuánto necesita.»

El chófer introduce la varilla en el tanque y se queda estupefacto: está lleno como al partir, a pesar de los km ya recorridos. Este prodigio lo emocionó hasta tal punto que rechazó cargar el bidón de gasóleo que le proponían llevar por precaución. Efectivamente, el contenido del tanque aseguró sin inconveniente alguno el segundo trayecto. ¡Gracias sean dadas a san José!

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)


 

03 noviembre 2021

La bondad de san José

Por doquier el querido san José manifiesta su bondad.

Una pequeña árabe que había perdido a sus padres, había crecido como una hierba silvestre, sin encontrar afecto alguno. Las personas que la habían recogido la hacían trabajar sin darle mucho alimento. Era golpeada constantemente, por lo que se ponía más insoportable. Varias veces se había escapado, pero la habían atrapado. Llegó un día en que, no aguantando más, decidió arrojarse a un pozo en pleno campo.

Tiró sus sandalias al agua, para no dejar rastros. En el momento en que iba a tirarse, oyó unos pasos detrás de ella. Se dio la vuelta y vio a un hombre que le dijo: "¡Aun con todo, eso jamás!". Le devolvió sus sandalias y le dijo: "Ve, yo te ayudaré ", luego desapareció. La niña partió a la aventura. Cerca de una ciudad, fue acogida por un grupo de jóvenes que trabajaban en un campo. Le dieron de comer porque estaba hambrienta.

Al visitar su casa, la pequeña se detuvo emocionada delante de una estatua diciendo: "Es el Señor que me dijo: "¡Ve, yo te ayudaré!". Era una estatua de san José, y la casa era la del Buen Pastor. La niña quiso conocer quién era ese señor que ella había visto y que volvía a encontrar en ese momento. Después de san José, y con él, descubrió a la Santísima Virgen María, y luego a Jesucristo y a la Iglesia.

Al Bautismo le siguió la vocación religiosa y la toma de hábito con el nombre de hermana Magdalena de san José. Fue a reunirse con su Protector después de muchos años de vida feliz en la verdadera fe.

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)