26 mayo 2021

La huida a Egipto

«Cuando los santos Magos informaron a Herodes que el Rey de los Judíos acababa de nacer, este príncipe bárbaro ordenó matar a todos los niños que se encontraban entonces en los alrededores de Belén. Ahora bien, como Dios quería preservar, de momento, a su Hijo de la muerte, envió a un ángel para advertir a José que tomara al Niño y a su Madre y que huyera a Egipto.

Considerad aquí la pronta obediencia de José, quien, tinque el ángel no le prescribiera el instante de la parada, no opuso ninguna dificultad, ni en cuanto al tiempo, ni en cuanto al modo de realizar semejante viaje, ni en cuanto al lugar en donde podrían establecerse en Egipto, sino que se dispuso a partir. Así, pues, en el mismo instante, se lo comunicó a María.

¡Cuánta debió de ser la pena de san José en ese viaje cuando veía sufrir así a su querida esposa, poco acostumbrada a los caminos, llevando en sus brazos al querido Niño que, mientras huían, se pasaban el uno al otro, con el temor constante de encontrar a cada paso a los soldados de Herodes, y todo eso en el más riguroso tiempo de invierno, con la incomodidad del viento y de la nieve!

¿Con qué podrían alimentarse durante ese viaje, como no fuera con un pedazo de pan que habían traído de su casa o que habían recibido de limosna?

De noche, ¿dónde podrían descansar como no fuera en alguna mala choza, o al campo raso, o a lo sumo, bajo algún árbol? José estaba muy resignado a la voluntad del Padre Eterno que quería que su Hijo comenzara a sufrir desde su infancia para expiar los pecados de los hombres; pero el corazón tierno y amante de san José no podía dejar de sentir una pena muy viva oyendo a Jesús llorar a causa del frío y de las otras incomodidades que experimentaba.

Considerad, finalmente, cuánto debió sufrir José durante su estancia de siete años en Egipto, en medio de una nación idólatra, bárbara y desconocida, puesto que no tenía allí ni parientes, ni amigos que pudieran ayudarlo. Por eso, san Bernardo decía que, para alimentar a su esposa y a ese Divino Niño que provee el alimento a todos los hombres y a todos los animales de la tierra, el Santo Patriarca estaba obligado a trabajar día y noche» (San Alfonso de Ligorio)

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)


19 mayo 2021

Es a san José a quien se lo debemos

La estrechez de la calle, en frente del jardín, era tal que el ancho semirremolque cargado de viguetas de hierro para la armadura de la futura capilla de un establecimiento religioso no tuvo el espacio necesario para girar y entrar por el portal.

Contrariado, el chófer resolvió cruzar un erial para acometer la obra por otro lado. La tentativa era arriesgada, dado el peso del cargamento. En efecto, a los pocos metros, el camión se hunde hasta la mitad de las ruedas en la tierra movediza, empapada por las recientes lluvias.

Esto ocurría al comienzo de la tarde. Durante cuatro horas, un equipo de obreros se esfuerza por sacar el camión. Hacia las seis, no más adelantados que al comienzo, fueron a advertírselo a las hermanas, que no estaban al corriente de nada.

La Superiora va al lugar, anima a los obreros y concluye: «Hay que rezar a san José».

Actitud escéptica de los obreros... El capataz deja entrever que él no es católico.

Delante de la pequeña estatua de san José, nueva sorpresa. Explicaciones breves... Nuevas sonrisas escépticas. «En todo caso, dice uno de los presentes, no es esta estatua la que va a sacar el camión... ¡No lo sacaremos de allí si no es con mucho esfuerzo!».

La buena Madre no respondió. Los intentos comenzaron de nuevo, sin conseguir otra cosa que hacer girar las pesadas ruedas en el mismo lugar con su ganga de barro. Los maderos puestos debajo del vehículo cedieron. Los gatos que no se podían usar, fueron puestos de lado. Descorazonados, los obreros pensaban abandonar el trabajo hasta el día siguiente.

Silenciosamente, la Madre Superiora tomó la estatuita de san José y la ató a la tela roja que colgaba de la viga más larga del cargamento; hecho esto, pidió probar un nuevo intento por última vez. El capataz se negó. «Vamos, dijo el chófer, si no lo hacemos nosotros... la hermana va a intentarlo ella misma».

Y salta a su asiento, pone el motor en marcha. El vehículo se pone en movimiento, las ruedas salen de las rodadas, dos minutos después el camión está en la carretera. Entonces, haciendo callar las exclamaciones de los asistentes, el capataz se acerca a la Reverenda Madre: «¡Gracias, Madre, es a san José a quien se lo debemos!»

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)

12 mayo 2021

Respuesta de san José a la invocación que le habían hecho

En el siglo XIX, un sacerdote, dedicado durante muchos años al ministerio de las almas en Francia, era consultado frecuentemente por la superiora de un gran establecimiento penitenciario dirigido por religiosas. Este centro, situado en el campo y sostenido por la generosidad de varias damas nobles, contaba en aquel momento con más de ochocientas mujeres arrepentidas que se habían refugiado allí para escapar del vicio y de la vergüenza y que, aparte de las contribuciones voluntarias de personas caritativas, no tenían más recursos que el trabajo de sus manos. La superiora recibía encargos de varios grandes almacenes de París y eso era lo que le permitía mantener a tanta gente.

«Entre nuestras ochocientas chicas, decía ella a este sacerdote, hay unas cuatrocientas que viven como verdaderas santas». En un momento dado, las industrias que proveían de trabajo al establecimiento cesaron los pedidos durante cierto tiempo. Se buscó en otro lado un proveedor, pero fue en vano. Ya casi todos los recursos estaban agotados, no se podía continuar más así. «Si no nos llegan auxilios, dijo la superiora al sacerdote director suyo, hay que resignarse a morir de hambre, o despedir a nuestras pobres muchachas. Y si las despacho, ¿acaso no volverán a caer en el vicio y se perderán para siempre? ¿Qué hacer? Se lo ruego». – «Diríjase a San José, le respondió el sacerdote, comience una novena en su honor con toda su comunidad».

La superiora siguió el consejo. Por esos mismos días precisamente, un compañero del sacerdote tenía que ir a una ciudad de provincia, donde estaba invitado a predicar un sermón un día de gran solemnidad. Su amigo le había hablado de la estrechez de la pobre comunidad y de la novena a san José que acababan de comenzar para lograr algunos recursos. Cuando llegó a dicha ciudad, nuestro misionero se dirigió al hotel. A la mañana siguiente, después de las cinco, oye llamar a su puerta; abre y ve delante de él a un criado con traje de librea que le ruega se digne ir a ver a su señora, una condesa X., que desea encarecidamente hablar con él. A pesar de su sorpresa, el misionero no duda y sigue al instante al criado. Encontró a la señora que lo había llamado en un estado de agitación extrema.

«Permítame, padre, le dijo, contarle lo que me ha sucedido esta noche y pedirle consejo. He visto aparecer a un anciano venerable que, con un gesto amenazador, me ordenó ir en auxilio de un cierto convento. Desde ese momento, no tengo descanso y estoy presa de una gran agitación. Dígame, pues, Padre, lo que debo pensar de todo esto».

El sacerdote empezó a sonreír, sabiendo perfectamente de qué se trataba, porque su compañero le había informado sobre la novena en honor de San José.

-«¡Qué! ¿Se ríe usted., le dijo la dama, cuando yo estoy completamente fuera de mí y no sé qué hacer?»

-«Yo sonrío, señora, le contestó el misionero, porque ya estoy al corriente de todo y estoy en condiciones de darle un buen consejo».

Y le contó todo lo que sabía por su compañero respecto a la aflicción del establecimiento penitenciario y sobre el recurso de las jóvenes a san José.

-«¿No piensa Ud., dijo al despedirse de la señora, que san José oyó la oración de esas pobres chicas y quiso elegirla a usted como instrumento de sus misericordias? Sería usted digna de lástima si no quisiera comprender las amenazas del santo».

Tras haber dado todas estas explicaciones a la dama, el misionero se marchó y volvió a su hotel. Pronto oye nuevamente golpear a su puerta. Abre. Es el mismo criado de librea que se presenta y le entrega de parte de la condesa un sobre sellado diciéndole que su señora le envía su contenido. El padre abre el sobre y encuentra la suma exacta que necesitaban las religiosas. Era la respuesta de san José a la invocación que le habían hecho.

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)



05 mayo 2021

Siempre tenemos necesidad de san José

Un renombrado cirujano danés termina su oración de la mañana con esta jaculatoria: «¡San José, ruega por nosotros!». Viendo mi mirada atónita me dice sonriendo: «Siempre tenemos necesidad de este gran taumaturgo».

Por la noche, le ruego a mi huésped que me cuente algunos hechos en los cuales san José intervino en su vida... Tras un momento de indecisión, me dice: «No me gusta hablar de hechos vividos sobre todo cuando se refiere al dominio religioso... Pero quizás le sirva para hacer saber a otros que san José ayuda siempre, si confiamos en él plenamente.

Por eso, escuche lo que he visto con mis propios ojos y lo puedo afirmar bajo juramento, como también el criminal que expía sus crímenes en prisión, arrepentido por la gracia de Dios.

Una noche de invierno, tomo el tren de Th. a V. En el compartimiento tenuemente iluminado, estoy solo con una gruesa suma de dinero destinada a la construcción de una clínica. Debí dormirme o al menos adormilarme como consecuencia del cansancio debido a mis viajes nocturnos o a operaciones urgentes. Yo no recobro la conciencia sino cuando una sombra silenciosa se lanza sobre mí y el individuo me aprieta la garganta. ¡Imposible alcanzar la alarma! ¡Imposible deshacerme de él para pedir auxilio! Es un coloso que trata de meterme una mordaza en la boca...

Pienso en san José. A mi llamada, siempre ha venido en mi ayuda. ¿Qué sucederá ahora? En ese mismo momento, un formidable puñetazo venido del exterior de la ventanilla del tren golpea a mi agresor, que me suelta. Nuestras miradas se vuelven a un mismo tiempo hacia el cristal donde aparece un rostro... ¡este rostro! (y el médico muestra la estatua de san José que se encuentra sobre su escritorio). El hombre que me aplasta bajo su rodilla, lanza un grito y desaparece. Como saliendo de un sueño, miro a mi alrededor. El departamento está vacío».

Abre el cajón de su escritorio y continúa: «Solamente esta mordaza y esta navaja se encontraban a mi lado sobre la banqueta. Yo había decidido callarme, pero he aquí que, algún tiempo más tarde, el mismo hombre por su cuenta se presenta en la prisión de reclusos para expiar sus crímenes. Lo hace como un verdadero cristiano arrepentido.

Dígame, ¿no tenemos suficientes motivos para honrar a san José, que ha intervenido en tantos casos delicados? Diga a los que están apenados que pongan su confianza en san José, quien encontrará una solución a las situaciones más desesperadas».

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)