Santa Teresa de Jesús se había ido de Valladolid para ir a fundar un monasterio en Beas, en Andalucía, cuando atravesando los desfiladeros de Sierra Morena, los conductores de los carros se extravían. Avanzan imprudentemente a lo largo de un pasaje tan estrecho que pronto no pueden ni avanzar ni retroceder. Teresa y sus compañeras permanecen suspendidas encima de precipicios y barrancos; al menor movimiento, van a rodar al fondo con los demás viajeros.
-¡Recemos, hijas mías!, dice la santa; pidamos a Dios por la intercesión de san José que nos libre de este peligro.
En ese mismo momento, una voz semejante a la de un anciano les grita con vigor:
-¡Deténganse, deténganse! Si avanzan, están perdidos.
-Pero, ¿cómo salir de este peligro?, preguntan.
-Inclinen los carros hacia este lado concreto, prosigue la voz, y den marcha atrás.
Se siguen las indicaciones; los guías, con gran sorpresa, vuelven a hallar inmediatamente un camino excelente, y, llenos de reconocimiento hacia su salvador, se lanzan hacia el lugar de donde les hablaba, a fin de darle las gracias. Teresa los sigue con la mirada, viéndolos correr a toda prisa y buscar en vano:
-Verdaderamente, dice a sus hijas, no sé por qué dejamos partir a esa buena gente, porque es la voz de mi padre san José la que nosotros oímos y ellos no lo encontrarán.
Aprendamos a escuchar la voz de tan gran padre que siempre anhela cuidarnos y guiarnos.
(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)
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