27 febrero 2018

Que en cada latido Él sólo oiga...

El otro día fui a celebrar la Misa en una iglesia en la que nunca había estado. Frente al lugar donde nos sentamos la cara bondadosa de una imagen, muy pequeña, de la Virgen María nos sonreía. En sus brazos, el Niño Jesús, también sonriente.

Al tener la imagen justo delante, me resultaba fácil posar los ojos en ella durante las lecturas. Y me fijé que el Niño Jesús tenía el cuerpo totalmente girado hacia afuera, un brazo agarrado a María y otro en actitud de apertura hacia quien estuviera frente a Él.

Parecía que el Niño quería dejarse coger por aquel que se le acercara. Y así me lo imaginé: cogiéndole en mis brazos y Él, feliz, acurrucando su suave cabeza sobre mi corazón.

Debo reconocer que en estas ensoñaciones se me iba pasando la Misa y llegó el momento de comulgar. Me puse en la fila y sentí fuertemente la cabeza del Niño Jesús sobre mi corazón. En verdad había querido ser cogido y acurrucado entre mis brazos.

Comulgué y comprendí que, por fin, Él estaba donde anhelaba estar: en lo más íntimo de lo más íntimo de mi ser (cfr. San Agustín). Y deseé, con toda mi alma, que los oídos de Jesús sólo pudieran escuchar en mi corazón latidos de amor por Él. Que no hubiera otra cosa: ni latidos de egoísmo, juicios, perezas, envidias... sólo amor. En cada latido. Sólo amor.

La Cuaresma va avanzando. Es un tiempo precioso para parar y tomar conciencia de lo que Jesús anhela vivir en nosotros y con nosotros. De, un poquito más que antes, dejarnos hacer por Él y por su infinito y fiel Amor.

Sí, es tiempo de conversión... de que cada latido de nuestro corazón lata de amor por Jesús.

Es tiempo de dejarse hacer. ¿Te dejas hacer? ¿Late tu corazón de amor por tu Dios?


Canción: Yo te amo
Autora: Celinés
https://youtu.be/mQ0OUBWelMg