27 octubre 2021

San José, patrón de la buena muerte

Un hombre indiferente, incrédulo, iba a morir con la blasfemia en los labios y la desesperación en el corazón. Su mujer rezaba y lloraba y Dios parecía no oírla. Sin embargo, la muerte llegaba a grandes pasos.

Apresúrese, dijo el ministro de la Iglesia a la esposa del enfermo, vaya a buscar a un pobre y dele limosna en nombre de San José por la conversión de su marido.

Ella corrió por las calles y encontró a un anciano cubierto de harapos, le dio una limosna generosa, diciéndole que rezara por la conversión de un pecador... En ese momento, el moribundo había tomado la mano del sacer dote, se la había besado bañado en lágrimas y había pedido perdón con arrepentimiento de sus pecados. La conversión fue sincera y edificante. Algunas horas después, este hombre entraba en la eternidad, salvado por la limosna dada en nombre de san José y por la oración del pobre...

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Una joven, educada en una casa del Sagrado Corazón, fue elegida por Dios para una gran obra. Desde la más tierna edad, se hacía a menudo esta pregunta: "Dios es nuestra Providencia, ¿cómo podemos nosotros llegar a ser su instrumento?" Y la gracia puso en su corazón esta respuesta: "Pagando la deuda del Purgatorio".

El 2 de noviembre de 1853, se concibió el proyecto de establecer una congregación religiosa; su principal finalidad será acudir en auxilio de estas pobres almas, mediante el trabajo, la oración y el sufrimiento. El santo Cura de Ars, maravillado por la idea, aportó toda su ayuda a la obra, dando a menudo consejos y avisos a esta piadosa fundadora.

Prometieron a san José, si la obra se establecía, que la primera estatua colocada en la primera casa de las personas que iban a consagrarse enteramente al alivio de las almas del Purgatorio, sería la suya. San José tuvo cuidado de no olvidar esta promesa. La Providencia les proporcionó el adquirir una casa en París; y las religiosas tomaron el nombre de Auxiliadoras de las almas del Purgatorio. Al día siguiente, un empleado llega y deposita una estatua del santo, de parte de una persona que desconoce todo, tanto el piadoso deseo como la misma adquisición. San José había querido de este modo declararse protector de esta obra heroica que, en medio de la gran ciudad de París, se ocupa de un ministerio escondido.

(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)