25 junio 2019

El corazón del voluntario (y del cristiano) a imagen del Corazón de Cristo (1ª parte)

Como sabéis, este año estamos celebrando el Centenario de la consagración de España al Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles (Getafe, Madrid). Y... ya está aquí mismo, la celebración tendrá lugar este próximo Domingo día 30.

La verdad es que la idea de escribir esta entrada surgió un par de estaciones atrás. Pero los tiempos de Dios no son los nuestros y Él ya sabía que estos días tendría más tiempo para rezar y preparar mi corazón para el evento, cuando el intenso trabajo de estos meses pasados no me lo hacía ni imaginar.

Por pura Misericordia, tengo el regalo de ser una de las voluntarias elegidas por el Corazón de Jesús para servirle a Él, a los demás voluntarios y a los peregrinos que suben al Cerro. Estábamos en Misa en la Cripta, a los pies del Monumento, con el típico frío que siempre hace dentro en invierno. A unos metros delante de mí, una señora volcó su bolso, desparramándose todo el contenido por el suelo. Una voluntaria se encontraba cerca, atenta (como siempre están) a la necesidad que pudiera surgir y se lanzó rauda a ayudar a la señora. 

Este gesto me llenó de gozo, de una inmesa ternura por la voluntaria y la señora y, por qué no decirlo, de cierto orgullo al levantar la mirada y ver a todos los demás voluntarios desperdigados por la nave, dispuestos, atentos y con el corazón anhelando servir. Y así surgió en mi corazón la voz del Señor que me decía: ¿por qué no escribes una entrada sobre ello? E inmediatamente me vino el título que nos preside. 

Pero, como decía, los tiempos de Dios no son los nuestros y, hasta ahora, Él no había querido que me pusiera a ello. Y creo que lo entiendo, pues muchas cosas hemos vivido en estos meses y es ahora, en este momento, a punto de celebrar el evento, cuando el corazón está maduro por todo lo vivido. Lo bueno y lo no tan bueno. Todo, todo, ha servido al Corazón de Jesús para ir modelando nuestro corazón a imagen del suyo. Como en un triduo, tres entradas de este blog nos darán paso al inicio de los actos centrales el próximo viernes.

Y para ello, en su divina providencia dispuso ayer la celebración de la Natividad de San Juan Bautista la preciosa primera lectura que rezamos:

"Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos:
El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: «Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré».
 Y yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas».
En realidad el Señor, defendía mi causa, mi recompensa la custodiaba Dios.
Y ahora dice el Señor, el que me formó desde el vientre como siervo suyo, para que le devolviese a Jacob, para que le reuniera a Israel; he sido glorificado a los ojos de Dios.
Y mi Dios era mi fuerza:
«Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel. Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra»." (Isaías 49, 1-6)


Los voluntarios del Corazón de Jesús somos aquellos llamados desde el vientre materno para servirle. Desde las entrañas de nuestra madre pronunció nuestro nombre y nos llamó, uno a uno, para estar con Él. No estamos aquí por casualidad, estamos aquí porque Él nos ha elegido. Ni más ni tampoco menos. No es mérito nuestro, es pura Misericordia suya.

Nos esconde en la sombra de su mano, guardándonos como siervos preciosos, pues sabe que por medio de nuestra pobreza, al ponerla totalmente a su servicio, Él será glorificado. No será nuestra la Gloria, que sólo a Él es debida, si todo sale bien y los peregrinos vuelven a casa con su ser lleno de gozo y más Amor del Señor. Deberemos, con humildad, repetir "siervo inútil soy, hice lo que debía hacer" (cfr. Lucas 17, 10)

Puede que a veces tengamos la tentación, fruto del cansancio, algunas decepciones e incluso heridas provocadas entre nosotros, de quedarnos en la queja de pensar que en vano nos cansamos, que "en viento y en nada" gastamos nuestras fuerzas, que nadie ve ni nos agradece lo suficiente por todo lo que hacemos... y que olvidemos que es el Señor (Aquel que nos conoce bien, que conoce nuestras intenciones, lo que nos hiere y nos hace gozar) y sólo el Señor nuestra recompensa. Que el simple hecho de estar al servicio suyo y de los demás, de poder subir al Cerro a servirle, ya es un inmenso privilegio. Que sólo en Él podremos encontrar nuestro descanso y restaurar nuestras fuerzas (físicas y afectivas) gastadas, recolocando nuestro corazón en el por Quién y para Quién estamos aquí.

Y una vez puesto de nuevo todo en su sitio... escuchar su promesa eterna: déjate inundar por mi Luz y así serás luz para los demás, pues yo te he llamado para ser reflejo de mi Corazón en este lugar. 


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