Os comparto esta meditación del padre Miguel José Cano (sacerdote diocesano de Jaén). Me ha dado luz sobre mi vida, pues veo con cuánta facilidad soy de las que tienen en el corazón un anhelo de entrega, pero con facilidad bajo los brazos y me quedo esperando. Esperando... ¿realmente a qué? Esperando, esperando... se nos escapa la vida...
"En la vida hay personas que esperan, esperan... y esperan. Esperan que los otros les hagan todo. Esperan que los demás les solucionen los problemas. Piensan que no son o no valen para nada, y se sienten indignos para todo. Otros, esperan que todo sea un camino de rosas. Y se amargan y agobian a las primeras de cambio. Todas son esperas que tienen como centro el yo.
Hay otros que también esperan. Esperan encontrarse con el necesitado. Con el que sufre. Con el que necesita un abrazo. Para ello se enfundan el traje de samaritano, y visitan a los enfermos, escuchan a los que no conocen el Amor de Dios. Y no tienen miedo de que su ropa se manche ni que sus zapatos se llenen del barro del camino. No les importa el esfuerzo, ni el sufrimiento. Saben que la espera exige sacrificio, que todo se consigue a base de trabajo y voluntad, y que Dios nos capacita a todos en la dificultad y los problemas. Que aceptan lo que les viene encima. Que se hacen fuertes con el sufrimiento, que saben ofrecerlo y que no se lamentan por las desgracias que les sobrevienen. Que dan gracias a Dios siempre. Que llevan la cruz con entereza.
Yo sé de qué grupo soy, ¿y tú de cuál eres?
¡Señor, quiero conocerte, quiero que tu Misericordia llene mi corazón! ¡Necesito, Señor, que tu mirada me llene, que tu ternura me transforme y que tu Amor cambie mi modo de ver la vida! ¡Señor, te doy gracias porque cada día me sorprendes, porque tu Misericordia es permanente! ¡No permitas que me quede en la linde del camino para esperarte! ¡Envía tu Espíritu Santo, Señor, para que coja bríos que me lleven a Ti y a servir a los demás!
¡Señor, Tú eres misericordioso y compasivo, es tu Palabra, tus gestos, tus miradas, tus enseñanzas las que me alimentan a seguir adelante en el difícil camino de la vida! ¡Eres Tú, Señor, el espejo en el que necesito mirarme, el modelo del que aprendo todo, la guía para enderezar siempre mi camino! ¡Señor, Tú caminaste por Galilea imponiendo tus manos para sanar enfermos, sordos, mudos, ciegos! ¡Sáname, Señor, de mi pecado, de mi sordera para escuchar al que grita pidiendo consuelo, para dar una palabra de esperanza al que la ha perdido, al que no veo y me necesita! ¡Señor, tu Misericordia continúa sanando corazones enfermos! ¡Ten compasión de mí, Señor, y sáname! ¡Y cuando toques mi corazón, no permitas que me quede a la espera! Amén."
20 abril 2017
17 abril 2017
TESTIMONIO - Mi encuentro fue en una mirada
Hoy nos comparte su testimonio Pablo Fernández-Martos. Un viejo y muy querido amigo del que aprendí sobre todo el amor a la Virgen. Debo reconocer que cuando le conocí, aún seminarista, me chocó mucho ver a alguien que rezaba el rosario completo todos los días. ¡Incluso en las marchas de los campamentos! Fue todo un testimonio silencioso y orante de amor a la Madre que me caló profundamente y que aún recuerdo con cariño.
Hola
Mi nombre es Pablo, soy sacerdote y desde hace 4 años trabajo en el Sur de Chile como director espiritual del Seminario más austral del mundo, en Villarrica.
Me han pedido un breve testimonio de mi encuentro con Cristo, y aquí van unas letras para compartirlo. La verdad es que es bien sencillo.
Hace ya muchos años, siendo yo un niño de 12 años, tuvimos una convivencia con la parroquia en la que yo participaba en Madrid. Yo siempre fui un niño piadoso de una familia muy religiosa, con unos padres que siempre me inculcaron la fe como lo primero y más importante en mi vida. Por una serie de carambolas de la vida, pude hacer mi primera comunión con 6 años y sin duda ese encuentro con Jesús marcó mucho mi vida, porque desde entonces me acercaba con mucha frecuencia a comulgar, siguiendo los buenos ejemplos de mi casa.
En aquella ocasión fuimos con el grupo juvenil de la parroquia y un sacerdote nos ofreció su testimonio vocacional. Yo no recuerdo quién es, ni tampoco muy bien lo que dijo, pero sí recuerdo que me miraba, y que en aquella mirada yo lo entendí todo de una vez. Cuando salí de aquella misa, dije: Yo quiero mirar así, tengo que ser sacerdote. Fue así, muy simple. Me fui a mi casa y se lo dije a mi madre, que me dio buenos consejos y me ayudó a mantener viva esa llamada, al tiempo que me recordaba sus exigencias. Después busqué un director espiritual que me fue educando el corazón y avivando la llama que esa mirada había puesto en mí.
Fundamental fue también la Virgen María, que siempre ha estado muy presente en mi vocación, a la que consagré mi vida desde el primer momento y que siempre con suavidad me ha enseñado a mirar siempre a su Hijo.
Esa mirada ha quedado muy grabada en mi corazón y en la memoria, y de cuando en cuando el Señor me la vuelve a mostrar, en enfermos, sacerdotes, religiosos y en San Juan Pablo II, al que pude saludar en alguna ocasión. Y muchas veces con los ojos cerrados ante el Santísimo Sacramento... ahí está siempre esa mirada, que me recuerda que soy amado y que debo mirar así, como Él mira. Recostado en el Pecho del Señor, escuchando su Corazón, siempre reconozco esa mirada que me recuerda: por encima de tus debilidades, de tus pecados, de tus torpezas, de tus complejos, de tus capacidades y éxitos, de tus alegrías y penas, ¡eres amado!
Así que mi encuentro fue en una mirada. Así de simple, así de grande. No dejes de mirar como te mira el Señor y de pedir que te dé un corazón como el suyo, del que brota una mirada como la suya, llena de bondad y Misericordia.
Dios os bendiga.
Pablo
Canción: Nadie me ha mirado así
Autor: Carlos Dorado
https://youtu.be/_JPCj4QvnTg
MI ENCUENTRO FUE EN UNA MIRADA
Hola
Mi nombre es Pablo, soy sacerdote y desde hace 4 años trabajo en el Sur de Chile como director espiritual del Seminario más austral del mundo, en Villarrica.
Me han pedido un breve testimonio de mi encuentro con Cristo, y aquí van unas letras para compartirlo. La verdad es que es bien sencillo.
Hace ya muchos años, siendo yo un niño de 12 años, tuvimos una convivencia con la parroquia en la que yo participaba en Madrid. Yo siempre fui un niño piadoso de una familia muy religiosa, con unos padres que siempre me inculcaron la fe como lo primero y más importante en mi vida. Por una serie de carambolas de la vida, pude hacer mi primera comunión con 6 años y sin duda ese encuentro con Jesús marcó mucho mi vida, porque desde entonces me acercaba con mucha frecuencia a comulgar, siguiendo los buenos ejemplos de mi casa.
En aquella ocasión fuimos con el grupo juvenil de la parroquia y un sacerdote nos ofreció su testimonio vocacional. Yo no recuerdo quién es, ni tampoco muy bien lo que dijo, pero sí recuerdo que me miraba, y que en aquella mirada yo lo entendí todo de una vez. Cuando salí de aquella misa, dije: Yo quiero mirar así, tengo que ser sacerdote. Fue así, muy simple. Me fui a mi casa y se lo dije a mi madre, que me dio buenos consejos y me ayudó a mantener viva esa llamada, al tiempo que me recordaba sus exigencias. Después busqué un director espiritual que me fue educando el corazón y avivando la llama que esa mirada había puesto en mí.
Fundamental fue también la Virgen María, que siempre ha estado muy presente en mi vocación, a la que consagré mi vida desde el primer momento y que siempre con suavidad me ha enseñado a mirar siempre a su Hijo.
Esa mirada ha quedado muy grabada en mi corazón y en la memoria, y de cuando en cuando el Señor me la vuelve a mostrar, en enfermos, sacerdotes, religiosos y en San Juan Pablo II, al que pude saludar en alguna ocasión. Y muchas veces con los ojos cerrados ante el Santísimo Sacramento... ahí está siempre esa mirada, que me recuerda que soy amado y que debo mirar así, como Él mira. Recostado en el Pecho del Señor, escuchando su Corazón, siempre reconozco esa mirada que me recuerda: por encima de tus debilidades, de tus pecados, de tus torpezas, de tus complejos, de tus capacidades y éxitos, de tus alegrías y penas, ¡eres amado!
Así que mi encuentro fue en una mirada. Así de simple, así de grande. No dejes de mirar como te mira el Señor y de pedir que te dé un corazón como el suyo, del que brota una mirada como la suya, llena de bondad y Misericordia.
Dios os bendiga.
Pablo
Canción: Nadie me ha mirado así
Autor: Carlos Dorado
https://youtu.be/_JPCj4QvnTg
14 abril 2017
Ayuda para la familia de Martín Valverde y la oficina Dynamis
Hola a todos. Los gastos de hospitalización, la cancelación de conciertos, gastos de viajes adelantados... son muchas cosas y muy costosas. Es muy importante compartir esta iniciativa y ayudarles en la medida de nuestras posibilidades. A través de estos hermanos, Dios ha salido a nuestro encuentro tantas veces... Ahora es el momento de ser nosotros para ellos el Rostro de Cristo que sale a su encuentro. Que Dob+
Meditación para el Viernes Santo: enséñame, mi Señor...
Por el padre Miguel José Cano (sacerdote diocesano de Jaén - España)
¡Jesús, permíteme acompañarte y enséñame a servir con amor, sin caretas ni prejuicios! Das cada gota de tu sangre por salvarme y, ¡cuánto me cuesta a mí responder siempre con amor! ¡Enséñame, Señor, a amar como Tú amas, a dar mi vida como Tú la das, a entregarme como lo haces Tú!
¡Qué gran enseñanza la tuya, Maestro, porque me doy cuenta de las veces que me agobio cuando no salen los planes como estaban previstos! ¡Enséñame a ser obediente hasta la muerte, confiando en la voluntad del Padre! ¡Déjame acompañarte en los momentos de soledad, dolor y agonía! Sí, ya sabes que me distraigo y quedo dormido. ¡María, acompáñame, enséñame a orar desde el corazón!
¡Enséñame a ser santo, a obrar por amor, a caminar hasta llegar al Paraíso! ¡Quiero seguir tu ejemplo, Cristo mío, quiero seguir tus huellas! ¡Quiero, oh Cordero inmolado, que mi sangre se mezcle con la que tuya en la Santa Cruz! ¡Por eso pido al Espíritu Santo que me capacite para el amor, para seguirte siempre, para imitarte siempre, para vivir como Tú nos has enseñado, para ponerme siempre en manos del Padre Creador! ¡Que sienta de verdad que tu muerte me da la libertad, la vida! ¡Quiero ser santo y hacer de mi vida una vida auténtica, de verdadero discípulo! ¡Hazme entender que el dolor y el sufrimiento no son cosas estériles sino que me unen más a Ti cada día! ¡Y te pido en este día por la humanidad entera, por mi familia y mis amigos, por la Iglesia, por tu pueblo santo, por la unidad de los cristianos, por los que no creen, por los gobernantes, por los enfermos, por los atribulados!
¡Ábrenos los ojos y el corazón, guía cada una de nuestras palabras y nuestros pensamientos, dale sabiduría a cada una de nuestras acciones y decisiones, y repara en nosotros toda nuestra debilidad! ¡Te miro y no puedo más que darte infinitas gracias por tu amor infinito y generoso, por tu inagotable misericordia, por tu sangre derramada, por tu paz, por tus enseñanzas, por tu perdón, por tu paciencia!
¡Hoy, quiero vivir, experimentar, sentir, celebrar e interiorizar la grandeza del amor! ¡Alabarte y bendecirte en este día triste pero también lleno de esperanza! ¡Te pido, Señor, que me hagas pequeño y humilde, despojándome del orgullo y del egoísmo, para amar y perdonar a todos! Amén.
¡Jesús, permíteme acompañarte y enséñame a servir con amor, sin caretas ni prejuicios! Das cada gota de tu sangre por salvarme y, ¡cuánto me cuesta a mí responder siempre con amor! ¡Enséñame, Señor, a amar como Tú amas, a dar mi vida como Tú la das, a entregarme como lo haces Tú!
¡Qué gran enseñanza la tuya, Maestro, porque me doy cuenta de las veces que me agobio cuando no salen los planes como estaban previstos! ¡Enséñame a ser obediente hasta la muerte, confiando en la voluntad del Padre! ¡Déjame acompañarte en los momentos de soledad, dolor y agonía! Sí, ya sabes que me distraigo y quedo dormido. ¡María, acompáñame, enséñame a orar desde el corazón!
¡Enséñame a ser santo, a obrar por amor, a caminar hasta llegar al Paraíso! ¡Quiero seguir tu ejemplo, Cristo mío, quiero seguir tus huellas! ¡Quiero, oh Cordero inmolado, que mi sangre se mezcle con la que tuya en la Santa Cruz! ¡Por eso pido al Espíritu Santo que me capacite para el amor, para seguirte siempre, para imitarte siempre, para vivir como Tú nos has enseñado, para ponerme siempre en manos del Padre Creador! ¡Que sienta de verdad que tu muerte me da la libertad, la vida! ¡Quiero ser santo y hacer de mi vida una vida auténtica, de verdadero discípulo! ¡Hazme entender que el dolor y el sufrimiento no son cosas estériles sino que me unen más a Ti cada día! ¡Y te pido en este día por la humanidad entera, por mi familia y mis amigos, por la Iglesia, por tu pueblo santo, por la unidad de los cristianos, por los que no creen, por los gobernantes, por los enfermos, por los atribulados!
¡Ábrenos los ojos y el corazón, guía cada una de nuestras palabras y nuestros pensamientos, dale sabiduría a cada una de nuestras acciones y decisiones, y repara en nosotros toda nuestra debilidad! ¡Te miro y no puedo más que darte infinitas gracias por tu amor infinito y generoso, por tu inagotable misericordia, por tu sangre derramada, por tu paz, por tus enseñanzas, por tu perdón, por tu paciencia!
¡Hoy, quiero vivir, experimentar, sentir, celebrar e interiorizar la grandeza del amor! ¡Alabarte y bendecirte en este día triste pero también lleno de esperanza! ¡Te pido, Señor, que me hagas pequeño y humilde, despojándome del orgullo y del egoísmo, para amar y perdonar a todos! Amén.
13 abril 2017
Meditación para el Jueves Santo: ser sagrario vacío y abierto para Dios
Por el padre Miguel José Cano (sacerdote diocesano de Jaén)
La liturgia vespertina del Jueves Santo se celebra en la hora de las primeras Vísperas del Triduo Pascual, como pórtico solemne que abre e ilumina los misterios que se celebrarán en los tres días siguientes. Tiene, por tanto, carácter anticipatorio: de la misma forma que Cristo anticipó ritualmente en la última Cena lo que iba a realizar históricamente en la Cruz y Resurrección, así también se anticipa en la Eucaristía vespertina de este día lo que se celebrará más propiamente del Viernes Santo al Domingo de Resurrección. Junto con la institución de la Eucaristía y del sacerdocio, el mandato del Señor del amor fraterno es el gran misterio en que insiste la liturgia del Jueves Santo.
El sagrario vacío que contemplamos hoy en tantas iglesias recuerda aquella nada primordial, a partir de la cual Dios dio inicio al ser de toda la creación material, inaugurando así la historia de la salvación. Una nada en la que “el Espíritu de Dios aleteaba por encima de las aguas” (Gn 1,2). Ahora, una nueva nada, simbolizada en el sagrario abierto y vacío, preludia una nueva creación y anuncia el momento culminante de esa historia de salvación que es el misterio pascual que se va a celebrar en los días del Triduo Santo. A partir de la obra de Cristo, el Espíritu Santo da inicio a su obra, recreando por la gracia, de forma nueva y más plena, todo lo que el pecado había desordenado.
También la virginidad de María se asemeja a aquella primera ‘nada’ primordial de la que surgió la creación material. Ahora, en esa nueva ‘nada’ virginal, comienza, por la encarnación del Verbo, una nueva creación, la recreación del hombre y de todas las cosas. La fecundidad divina hizo salir del seno del Padre toda la creación del principio; esa misma fecundidad hizo salir del seno virginal de María esta nueva creación y este nuevo principio.
Así has de ponerte hoy tú también ante el Señor, como ese sagrario vacío y abierto, pronto y dispuesto para que entre en él esa gracia nueva con la que el Espíritu recrea y renueva tu vida y todas las cosas.
La liturgia vespertina del Jueves Santo se celebra en la hora de las primeras Vísperas del Triduo Pascual, como pórtico solemne que abre e ilumina los misterios que se celebrarán en los tres días siguientes. Tiene, por tanto, carácter anticipatorio: de la misma forma que Cristo anticipó ritualmente en la última Cena lo que iba a realizar históricamente en la Cruz y Resurrección, así también se anticipa en la Eucaristía vespertina de este día lo que se celebrará más propiamente del Viernes Santo al Domingo de Resurrección. Junto con la institución de la Eucaristía y del sacerdocio, el mandato del Señor del amor fraterno es el gran misterio en que insiste la liturgia del Jueves Santo.
El sagrario vacío que contemplamos hoy en tantas iglesias recuerda aquella nada primordial, a partir de la cual Dios dio inicio al ser de toda la creación material, inaugurando así la historia de la salvación. Una nada en la que “el Espíritu de Dios aleteaba por encima de las aguas” (Gn 1,2). Ahora, una nueva nada, simbolizada en el sagrario abierto y vacío, preludia una nueva creación y anuncia el momento culminante de esa historia de salvación que es el misterio pascual que se va a celebrar en los días del Triduo Santo. A partir de la obra de Cristo, el Espíritu Santo da inicio a su obra, recreando por la gracia, de forma nueva y más plena, todo lo que el pecado había desordenado.
También la virginidad de María se asemeja a aquella primera ‘nada’ primordial de la que surgió la creación material. Ahora, en esa nueva ‘nada’ virginal, comienza, por la encarnación del Verbo, una nueva creación, la recreación del hombre y de todas las cosas. La fecundidad divina hizo salir del seno del Padre toda la creación del principio; esa misma fecundidad hizo salir del seno virginal de María esta nueva creación y este nuevo principio.
Así has de ponerte hoy tú también ante el Señor, como ese sagrario vacío y abierto, pronto y dispuesto para que entre en él esa gracia nueva con la que el Espíritu recrea y renueva tu vida y todas las cosas.
21 marzo 2017
Las "setenta veces siete"
"Se adelantó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?. Jesús le respondió: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete" (Mateo 18, 21-22)
Creo que todos los que escuchamos o leemos este evangelio siempre tenemos una cierta "inquietud" en la boca del estómago. No parece fácil lo que el Señor propone. Incluso en muchas ocasiones podemos encontrar mil y un motivos para justificar nuestras faltas de perdón.
Pero he escuchado una frase en una homilía comentando este evangelio que me ha hecho cambiar la perspectiva de mi corazón: que el Señor aprovecha todas estas situaciones que la vida nos pone para darnos oportunidades y perdonar, tantas como sean necesarias hasta que seamos misericordiosos.
Porque, pensándolo seria y objetivamente, ¿realmente tenemos motivos para considerar que podemos justificar nuestras faltas de perdón? Como dicen mis alumnos, la cosa más grave que jamás podrían perdonar es que les maten a un ser querido. Pero... viendo a Jesús crucificado... viendo al mismo Dios, Aquel que es la Santidad y el Amor en persona, morir por nuestros pecados... ¿no se nos cae hecho pedacitos ese argumento?
A Dios Padre le han matado lo más querido, su propio Hijo, y siempre andamos pidiéndole Misericordia y perdón. Pero, ¿cuántas veces aplicamos la misma "dosis" que nosotros recibimos con los demás?
Estoy releyendo al profeta Daniel. A la luz del evangelio de las "setenta veces siete", hoy me han resonado especialmente las palabras que dice el rey Nabucodonosor al ver el milagro de los tres jóvenes en el horno de fuego:
"Ellos, confiando en él, desobedecieron la orden del rey y expusieron sus cuerpos a la muerte antes que dar culto y adorar a otro dios fuera del suyo" (Daniel 3, 95)
Creo que cuando no perdonamos estamos dando culto a otros dioses que no son el nuestro. Porque cuando no perdonamos adoramos y damos culto a nuestro orgullo, a nuestras razones (más o menos justificadas), a nuestra cabezonería, a salirnos con la nuestra, a tener razón, a nuestro propio concepto de justicia...
Nuestro Padre Dios siempre nos aplica una misma y única dosis a todos: MISERICORDIA. A todos, a malos y a buenos, a justos y a pecadores (cfr. Mateo 5, 45). Y Él nos da mil y una oportunidades de ser como Él y perdonar como Él nos perdona, tantas como sean necesarias, para que lleguemos a ser en plenitud aquello a lo que estamos llamados a ser: sus hijos.
Sólo aprendiendo a ser misericordiosos seremos verdaderamente hijos de Dios, con esa plenitud de vida y de gozo que saltará hasta la vida eterna.
"Sed misericordiosos, como el Padre vuestro es misericordioso" (Lucas 6, 36)
Canción: Himno de la JMJ 2016 - Bienaventurados los misericordiosos
Autor: Jakub Blycharz (adaptación al español: Carlos Abregú)
https://youtu.be/adhG4m4-diE?list=PLIquW9Q_oS0AO0zgv5MK2_C1q_4mSB_Dd
Creo que todos los que escuchamos o leemos este evangelio siempre tenemos una cierta "inquietud" en la boca del estómago. No parece fácil lo que el Señor propone. Incluso en muchas ocasiones podemos encontrar mil y un motivos para justificar nuestras faltas de perdón.
Pero he escuchado una frase en una homilía comentando este evangelio que me ha hecho cambiar la perspectiva de mi corazón: que el Señor aprovecha todas estas situaciones que la vida nos pone para darnos oportunidades y perdonar, tantas como sean necesarias hasta que seamos misericordiosos.
Porque, pensándolo seria y objetivamente, ¿realmente tenemos motivos para considerar que podemos justificar nuestras faltas de perdón? Como dicen mis alumnos, la cosa más grave que jamás podrían perdonar es que les maten a un ser querido. Pero... viendo a Jesús crucificado... viendo al mismo Dios, Aquel que es la Santidad y el Amor en persona, morir por nuestros pecados... ¿no se nos cae hecho pedacitos ese argumento?
A Dios Padre le han matado lo más querido, su propio Hijo, y siempre andamos pidiéndole Misericordia y perdón. Pero, ¿cuántas veces aplicamos la misma "dosis" que nosotros recibimos con los demás?
Estoy releyendo al profeta Daniel. A la luz del evangelio de las "setenta veces siete", hoy me han resonado especialmente las palabras que dice el rey Nabucodonosor al ver el milagro de los tres jóvenes en el horno de fuego:
"Ellos, confiando en él, desobedecieron la orden del rey y expusieron sus cuerpos a la muerte antes que dar culto y adorar a otro dios fuera del suyo" (Daniel 3, 95)
Creo que cuando no perdonamos estamos dando culto a otros dioses que no son el nuestro. Porque cuando no perdonamos adoramos y damos culto a nuestro orgullo, a nuestras razones (más o menos justificadas), a nuestra cabezonería, a salirnos con la nuestra, a tener razón, a nuestro propio concepto de justicia...
Nuestro Padre Dios siempre nos aplica una misma y única dosis a todos: MISERICORDIA. A todos, a malos y a buenos, a justos y a pecadores (cfr. Mateo 5, 45). Y Él nos da mil y una oportunidades de ser como Él y perdonar como Él nos perdona, tantas como sean necesarias, para que lleguemos a ser en plenitud aquello a lo que estamos llamados a ser: sus hijos.
Sólo aprendiendo a ser misericordiosos seremos verdaderamente hijos de Dios, con esa plenitud de vida y de gozo que saltará hasta la vida eterna.
"Sed misericordiosos, como el Padre vuestro es misericordioso" (Lucas 6, 36)
Canción: Himno de la JMJ 2016 - Bienaventurados los misericordiosos
Autor: Jakub Blycharz (adaptación al español: Carlos Abregú)
https://youtu.be/adhG4m4-diE?list=PLIquW9Q_oS0AO0zgv5MK2_C1q_4mSB_Dd
20 marzo 2017
TESTIMONIO - El dibujo de mi vida
Hoy tenemos un precioso testimonio de una amiga que prefiere quedar en el anonimato. Su alma bella se ve reflejada en el dibujo que acompaña sus líneas. Dios nos habla de mil maneras, sólo hay que tener los oídos del corazón bien abiertos para reconocerlo.
Hace unos años me apunté con una amiga a un curso de pintura en Italia durante las vacaciones de verano.
La idea, al inicio, me pareció descabellada, ya que no tengo ninguna formación en pintura. Pero el hecho de pasar unos días con mi amiga, con la que disfruto mucho, me decidió a apuntarme.
Este curso era para aprender a pintar iconos en una escuela especializada para ello. La particularidad que tiene pintar un icono es que se debe hacer en oración.
Nos apuntamos al primer curso. La técnica que utilizamos era calcar un modelo con un plumín con tinta negra. No resulta fácil, ya que no es posible borrar. Hay que controlar el pulso para que las líneas salgan rectas; la inclinación del plumín, por el trazo, que podía ser más fino o grueso, y tener la vista fija en el modelo para no equivocarse.
Yo dibujaba muy lento, sumida en el silencio, en una concentración total. Y, a través de esos días dibujando, el Señor me hablaba.
Soy una persona que me he preguntado muchas veces por el sentido de mi vida. Cuál es la misión a la que estoy llamada. Por qué no soy capaz de ver claro el plan de Dios en mi vida a largo plazo.
Dibujando me dí cuenta que en el momento presente sólo puedo ver aquella parte del dibujo que estoy trabajando (no el dibujo completo), concentrada en cada línea no soy capaz de ver el conjunto. Entendí que puede haber personas que desde muy temprano puedan ver el dibujo de su vida por entero. Pero, en mi caso, y posiblemente en otros muchos, sólo podemos ver el presente y muy poco del futuro inmediato. Entendí que no era importante saber en mi vida la totalidad de mi misión. Sólo será posible cuando finalice el dibujo.
Por otro lado, en alguna ocasión, tenía un borrón en algún trazo. Y ¡no lo podía borrar!, qué desesperación. Lo único que podía hacer era disimularlo un poco. Me dí cuenta que en nuestra vida cuando causamos una ofensa ya no se puede borrar. El daño causado se puede intentar reparar, pero la huella queda impresa en el dibujo.
Finalmente, al acabar el dibujo, pude ver su belleza, y entendí que el dibujo es más bonito cuánto más se parece al modelo original. Esto es, en la medida que mi vida se ajusta más a la voluntad de Dios para mí, el dibujo de mi vida es más bello, más perfecto.
En definitiva, Dios tiene para cada uno de nosotros un dibujo precioso que quiere que pintemos. Él nos dará el papel, el plumín y la tinta... también el tiempo necesario para hacerlo. Nosotros tenemos que poner lo mejor de nosotros, nuestra confianza, amor y atención para que resulte bonito.
Hoy he buscado la carpeta de los dibujos realizados durante el curso, y yo que soy muy crítica conmigo misma y que sólo me fijaba en el fallo del dibujo, hoy me parecían todos maravillosos. ¿Cómo fui capaz de dibujar aquello tan bonito sin tener ni idea? Sin duda Dios suple todo aquello a donde nosotros no llegamos, y así fue en mi caso. Y lo será en el vuestro, realizando obras prodigiosas en vuestra vida.
Así sea. Un abrazo para todos.
Canción: Si conocieras cómo te amo
Autor: Hmna. Glenda
https://youtu.be/or88T8tU4rY?list=PLIquW9Q_oS0AO0zgv5MK2_C1q_4mSB_Dd
EL DIBUJO DE MI VIDA
Hace unos años me apunté con una amiga a un curso de pintura en Italia durante las vacaciones de verano.
La idea, al inicio, me pareció descabellada, ya que no tengo ninguna formación en pintura. Pero el hecho de pasar unos días con mi amiga, con la que disfruto mucho, me decidió a apuntarme.
Este curso era para aprender a pintar iconos en una escuela especializada para ello. La particularidad que tiene pintar un icono es que se debe hacer en oración.
Nos apuntamos al primer curso. La técnica que utilizamos era calcar un modelo con un plumín con tinta negra. No resulta fácil, ya que no es posible borrar. Hay que controlar el pulso para que las líneas salgan rectas; la inclinación del plumín, por el trazo, que podía ser más fino o grueso, y tener la vista fija en el modelo para no equivocarse.
Yo dibujaba muy lento, sumida en el silencio, en una concentración total. Y, a través de esos días dibujando, el Señor me hablaba.
Soy una persona que me he preguntado muchas veces por el sentido de mi vida. Cuál es la misión a la que estoy llamada. Por qué no soy capaz de ver claro el plan de Dios en mi vida a largo plazo.
Dibujando me dí cuenta que en el momento presente sólo puedo ver aquella parte del dibujo que estoy trabajando (no el dibujo completo), concentrada en cada línea no soy capaz de ver el conjunto. Entendí que puede haber personas que desde muy temprano puedan ver el dibujo de su vida por entero. Pero, en mi caso, y posiblemente en otros muchos, sólo podemos ver el presente y muy poco del futuro inmediato. Entendí que no era importante saber en mi vida la totalidad de mi misión. Sólo será posible cuando finalice el dibujo.
Por otro lado, en alguna ocasión, tenía un borrón en algún trazo. Y ¡no lo podía borrar!, qué desesperación. Lo único que podía hacer era disimularlo un poco. Me dí cuenta que en nuestra vida cuando causamos una ofensa ya no se puede borrar. El daño causado se puede intentar reparar, pero la huella queda impresa en el dibujo.
Finalmente, al acabar el dibujo, pude ver su belleza, y entendí que el dibujo es más bonito cuánto más se parece al modelo original. Esto es, en la medida que mi vida se ajusta más a la voluntad de Dios para mí, el dibujo de mi vida es más bello, más perfecto.
En definitiva, Dios tiene para cada uno de nosotros un dibujo precioso que quiere que pintemos. Él nos dará el papel, el plumín y la tinta... también el tiempo necesario para hacerlo. Nosotros tenemos que poner lo mejor de nosotros, nuestra confianza, amor y atención para que resulte bonito.
Hoy he buscado la carpeta de los dibujos realizados durante el curso, y yo que soy muy crítica conmigo misma y que sólo me fijaba en el fallo del dibujo, hoy me parecían todos maravillosos. ¿Cómo fui capaz de dibujar aquello tan bonito sin tener ni idea? Sin duda Dios suple todo aquello a donde nosotros no llegamos, y así fue en mi caso. Y lo será en el vuestro, realizando obras prodigiosas en vuestra vida.
Así sea. Un abrazo para todos.
Canción: Si conocieras cómo te amo
Autor: Hmna. Glenda
https://youtu.be/or88T8tU4rY?list=PLIquW9Q_oS0AO0zgv5MK2_C1q_4mSB_Dd
12 marzo 2017
Necesito más Cuaresma
Han transcurrido doce días desde que comenzó la Cuaresma. Parecen pocos, pero tengo la impresión de que han transcurrido muchos más. Y creo que es por esa percepción que todos tenemos de que las cosas transcurren más lentamente cuando las procuramos vivir en profundidad.
Como profesora les explico a mis alumnos qué es la Cuaresma y les invito, con cosas concretas, a profundizar y vivir este precioso tiempo litúrgico. Pero, cuando lo hago, siempre tengo la sensación en mi corazón de que yo estoy a años luz de lo que les animo a ellos a experimentar.
El otro día me sorprendía un alumno de 4º curso que, al hablar de anhelos profundos del corazón, nos compartía que el amar a los demás tal y como yo les hablo del Amor de Dios y desde Dios es un sueño que le gustaría alcanzar. Me emocioné al escucharlo, es precioso ver la obra del Señor en ellos y cómo les va tocando el corazón. Pero me ha hecho reflexionar estos días y llevarlo a la oración.
La Cuaresma es un tiempo precioso para parar y tomar conciencia de nuestra necesidad de conversión. Y la conversión no es una tontuna. Al menos eso creo yo. Porque hace años, cuando inicié mi camino de fe, ser cristiana me parecía algo muy "chulo" y atractivo, me enganchó. Ahora, además de "enganchada", estoy cada día más enamorada de mi fe y del Señor. Pero también soy más consciente de lo que implica la conversión y el dejarnos hacer hasta poder llegar a afirmar, como San Pablo, "ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gálatas 2, 20)
El amar en cosas concretas, en momentos concretos, como Cristo amó, hasta el perdón de aquellos que le crucificaban, no es fácil. Nada fácil. Y todos tenemos ejemplos. Ejemplos que duelen, ejemplos que hieren nuestro corazón y sacan a flote nuestro orgullo y soberbia, sobre todo cuando sabemos que tenemos razón y otros nos atacan injustamente.
Y hoy el Papa Francisco, en el Ángelus, ha dicho una frase que me ha dado la clave para vivirlo: "Quien muere con Cristo, con Cristo resucitará".
Jesús, ante el Sanedrín, no se defiende. Le atacan injustamente, pero no abre la boca. El que es la Verdad no hace callar a los que incluso mienten para salirse con la suya (cfr. Marcos 14, 61). Jesús sencillamente ama. Ama y perdona. Y da la vida por ellos, con la esperanza cierta en la Resurrección.
Yo no sé tú, que me estás leyendo, si necesitas de conversión. Pero yo realmente la necesito. Y mucho. Necesito aprender a morir con Cristo para que Él resucite en mí. Necesito abrir mi corazón con humildad para que Él pueda ir obrando poco a poco, hasta enseñarme a amar como Él ama. Sin excusas, sin rodeos, sin llevar cuentas.
Necesito más Cuaresma. Necesito más de Ti, Señor. Y con la confianza de saber que me amas profundamente, te entrego mi corazón, Señor, para que hagas con él lo que anhelas hacer. Amén+
Canción: Renuévame
Autor: Marcos Witt
https://youtu.be/oDq5UZSYaPw?list=PLIquW9Q_oS0AO0zgv5MK2_C1q_4mSB_Dd
Como profesora les explico a mis alumnos qué es la Cuaresma y les invito, con cosas concretas, a profundizar y vivir este precioso tiempo litúrgico. Pero, cuando lo hago, siempre tengo la sensación en mi corazón de que yo estoy a años luz de lo que les animo a ellos a experimentar.
El otro día me sorprendía un alumno de 4º curso que, al hablar de anhelos profundos del corazón, nos compartía que el amar a los demás tal y como yo les hablo del Amor de Dios y desde Dios es un sueño que le gustaría alcanzar. Me emocioné al escucharlo, es precioso ver la obra del Señor en ellos y cómo les va tocando el corazón. Pero me ha hecho reflexionar estos días y llevarlo a la oración.
La Cuaresma es un tiempo precioso para parar y tomar conciencia de nuestra necesidad de conversión. Y la conversión no es una tontuna. Al menos eso creo yo. Porque hace años, cuando inicié mi camino de fe, ser cristiana me parecía algo muy "chulo" y atractivo, me enganchó. Ahora, además de "enganchada", estoy cada día más enamorada de mi fe y del Señor. Pero también soy más consciente de lo que implica la conversión y el dejarnos hacer hasta poder llegar a afirmar, como San Pablo, "ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gálatas 2, 20)
El amar en cosas concretas, en momentos concretos, como Cristo amó, hasta el perdón de aquellos que le crucificaban, no es fácil. Nada fácil. Y todos tenemos ejemplos. Ejemplos que duelen, ejemplos que hieren nuestro corazón y sacan a flote nuestro orgullo y soberbia, sobre todo cuando sabemos que tenemos razón y otros nos atacan injustamente.
Y hoy el Papa Francisco, en el Ángelus, ha dicho una frase que me ha dado la clave para vivirlo: "Quien muere con Cristo, con Cristo resucitará".
Jesús, ante el Sanedrín, no se defiende. Le atacan injustamente, pero no abre la boca. El que es la Verdad no hace callar a los que incluso mienten para salirse con la suya (cfr. Marcos 14, 61). Jesús sencillamente ama. Ama y perdona. Y da la vida por ellos, con la esperanza cierta en la Resurrección.
Yo no sé tú, que me estás leyendo, si necesitas de conversión. Pero yo realmente la necesito. Y mucho. Necesito aprender a morir con Cristo para que Él resucite en mí. Necesito abrir mi corazón con humildad para que Él pueda ir obrando poco a poco, hasta enseñarme a amar como Él ama. Sin excusas, sin rodeos, sin llevar cuentas.
Necesito más Cuaresma. Necesito más de Ti, Señor. Y con la confianza de saber que me amas profundamente, te entrego mi corazón, Señor, para que hagas con él lo que anhelas hacer. Amén+
Canción: Renuévame
Autor: Marcos Witt
https://youtu.be/oDq5UZSYaPw?list=PLIquW9Q_oS0AO0zgv5MK2_C1q_4mSB_Dd
TESTIMONIO - Esa es mi paz y mi felicidad, y no necesito otra
Hoy compartimos el testimonio de un gran sacerdote que quiere presentarse como "un fraile menor". Doy fe, por experiencia propia, del amor apasionado por Cristo, por San Francisco y por su sacerdocio, que sabe transmitir a los que nos ponemos un poco a tiro. Leyendo su testimonio me asombro y me maravillo de los caminos que el Señor tiene para cada uno de nosotros con un único objetivo: amarnos con una plenitud que no podemos imaginar y hacernos felices en su Amor.
ESA ES MI PAZ Y MI FELICIDAD, Y NO NECESITO OTRA
Fui educado en un colegio católico aunque en mi familia nunca
hemos sido demasiado “de Iglesia”. Tras 11 años en dicho colegio, donde recibí
una buena educación a todos los niveles y una fuerte devoción a María, fui a un
instituto público a cursar COU y, después, estudié Dirección de Marketing y un
master en Gestión de Grandes Superficies Comerciales. Comencé a trabajar y me
fue más o menos bien. El trabajo me reafirmaba y el dinero que ganaba me
permitía “vivir a todo tren”, gastando tanto como tenía. Era un chico normal
con una vida normal, según la norma habitual de la sociedad de entonces.
Durante la adolescencia y primera juventud me dediqué al deporte
tanto como después a mi trabajo. Con mi familia nunca fui suficientemente
dedicado ni agradecido, ni mucho menos. El balonmano y el gimnasio eran mi
pasión. Junto con ello, mis amigos y salir a todas horas eran el motor de mis
afectos y lo que llenaba mi tiempo… aunque siempre tenía un “runrún” por dentro
que me llevaba, de vez en cuando, a tener “venazos místicos” (como yo los
llamaba) en los que trataba de cambiarlo todo para volver a Dios y a la
Iglesia. Duraban poco. El rostro de Dios que conocía me llamaba pero ni me
llenaba ni me hacía sentir ilusión alguna.
En un viaje de empresa tuve un accidente de tráfico. La compañera
de trabajo que viajaba conmigo falleció, yo quede en coma y desangrándome sobre
el asfalto. La rapidez de la Cruz Roja fue la primera que me salvó la vida.
Tras quince días en Albacete, pues mi estado de gravedad no permitía mi traslado,
fui trasladado a un hospital de Coslada, de la mutua sanitaria de mi empresa.
Allí recobré conciencia de mí mismo y de lo roto que me había quedado. Una
fractura abierta de fémur, esa rodilla inmóvil, un pulmón desplazado, un hombro
medio inútil… un cuadro y lleno de puntos… suspensivos.
Sujeto a una silla de ruedas comencé la rehabilitación, la cual me
tuvo como fiel visitante durante casi dos años. Uno de los días, camino de mi
tarea cotidiana con los fisios, sentí un fuerte impulso hacia la capilla.
Pasaba todos los días junto a ella y no había reparado en su existencia, hasta
ese momento. Entré y sentí una paz y un silencio interior como no conocía. Recé
alguna cosa, “porque es lo que se hace en una capilla”, y me fui a
rehabilitación dándole a los aros de mi silla de ruedas. La visita a la capilla
se hizo, desde entonces, cotidiana.
Un mes después, ya en casa de mis padres, seguía con mi rutina de
rehabilitación diaria en el hospital de Coslada. Pasados tres o cuatro meses,
cuando ya me manejaba con las muletas, comencé a frecuentar la basílica de San
Francisco el Grande porque mi hermana era miembro de la Jufra (Juventud
Franciscana). Fui allí porque quería más de aquello que recibía en la capilla
del hospital, pero no quería que nadie forzara mi ritmo ni me hiciera dar pasos
hacia ningún lugar y por eso mantenía las distancias, claras y firmes.
Los franciscanos seglares me acogieron con afecto y gratuidad,
respetando siempre mis reticencias y excusas para no dar más de un paso cada
vez y no darlo hasta que yo quisiera. Eso relajó mis barreras. Lo definitivo no
fue conocer a San Francisco de Asís sino a Dios a través de los ojos de San
Francisco. Ese descubrimiento me fascinó, me sedujo e hizo que ya no marcara yo
el ritmo de mi caminar sino Alguien otro que me hacía ver con tanta claridad lo
que tenía que hacer en cada momento que nunca me planteé hacer cosa alguna más
que lo que me era sugerido en la conciencia y en el corazón.
Tras poco más de un año de frenética carrera, habiendo descubierto
la vivencia de la Eucaristía, su natural consecuencia en la pertenencia
agradecida a mi fraternidad seglar franciscana y en la atención a pobres y
enfermos de un par de hospitales de los que me hice visitador, tras descubrir
la necesidad de oración y discernimiento en todo ello, sentí un fuerte deseo
indefinido, un deseo nuevo no de hacer más sino de ser otra cosa. Orar,
preguntarme, sorprenderme con la respuesta que discernía… y en un mes tomé la
decisión de entrar en la fraternidad franciscana de los Frailes Menores, así,
sin previo aviso, sin más dilación. Mi sorpresa era tan grande como mi
entusiasmo. En mi entorno familiar y de amistad compartían mi sorpresa pero no
mi entusiasmo, pero la decisión estaba tomada porque no podía yo pensar que fuera
posible hacer otra cosa que dar ese nuevo paso.
Veinte años después sigo viviéndolo todo como entonces: con
oración, discernimiento, sorpresa, entusiasmo y con una gran claridad a la hora
de tratar de llevar a la vida el fruto de todo ello. No siempre es fácil, a menudo
no llego, frecuentemente esa claridad y pasión son una fuente de problemas y
desencuentros, pero yo no puedo dejar de intentar vivir así porque no concibo
otra forma de vivir la fe que desde el constante intento de poner por obra lo
que se atisba como voluntad de Dios. Esa es mi paz y mi felicidad, y no
necesito otra.
Canción: Servidores sed.
Autor: Agustín Sánchez
09 marzo 2017
IN SANCTITATE VIVIT - "No soy más que un modesto instrumento de la Providencia..." (3ª y última parte)
Hoy concluimos la vida del venerable Marcello Candia.
Una lógica diferente
En su calidad de industrial, Marcello tiene la costumbre de llevar y de hacer que se lleve una contabilidad rigurosa, pero en las obras de Dios hay que ir, a veces, más lejos: "Poco a poco -dirá-, me di cuenta de que, cuando se trataba de Dios, había que aplicar una lógica diferente. Las cuentas salen enseguida, pues los enfermos que pueden pagar sus cuidados son aproximadamente uno de cada diez, y aquellos que están asegurados en una mutua suponen el 40%. Los demás no pueden aportar nada más que a sí mismos para ser curados. De ese modo aprendí que un hospital para los pobres, para funcionar bien, debía tener siempre déficit.. Os resultará difícil comprender lo que supuso para mí entrar en esa lógica... Y cuando se agotaron mis fondos, empezaron a llegar las aportaciones de mis amigos, de los obreros de las fábricas que me pertenecieron, etc.". Y constata igualmente otra maravilla: la transformación de algunas personas de Macapá, que se muestran dispuestas a ayudarle y hallan de ese modo dignidad y fe.
Un modesto instrumento
A pesar de la numerosa oposición que encuentra, Marcello es alabado y aplaudido ya en vida. En 1975, un periódico brasileño de gran difusión le dedica un largo artículo titulado "El mejor hombre de Brasil". Ante tales cumplidos, él responde: "Para mí, no soy nadie; no soy más que un modesto instrumento de la Providencia... No soy yo quien ha dado algo, sino que son los pobres quienes me dan... Quien ha recibido mucho de la vida, debe dar mucho". Ese mismo año, en consideración a lo que le había dicho el cardenal Montini, Marcello decide confiar la obra a los Religiosos Hospitalarios Camilianos. Al respecto afirmará: "No es cristiano buscarse a sí mismo en una obra, sino que hay que realizarse en Dios... Doy gracias al Señor por haber podido empezar la obra con los medios que me dio, pero después tenía que considerarme inútil. Era también necesario que quienes han venido después de mí pudieran contribuir con su iniciativa... Así pues, me he retirado, y ahora me contento con buscar dinero para que puedan continuar la tarea".
La causa de los leprosos siempre conmovió su corazón. A partir de 1967, organizó para ellos la
leprosería de Marituba, perdida en la selva virgen a 400 km al sur de Macapá. Hasta entonces, esos enfermos estaban recluidos en un perímetro prohibido a los no leprosos. La colonia estaba formada por un millar de enfermos que sobrevivían en unas condiciones más que miserables, donde la solidaridad y la higiene eran desconocidas. Cuando visita por primera vez esos lugares, gracias a un permiso especial, Marcello comprende que lo primero es inyectar la esperanza en el corazón de aquellos marginados, implantando entre ellos una comunidad de personas consagradas, con un sacerdote. Marcello establece entonces un centro urbano con casas individuales, agua corriente, drenaje mediante alcantarillas, dispensario, centro social gestionado por los propios enfermos, etc. También se fundan otras leproserías y centros de oración en otras localidades (dos de ellos carmelitas, donde gusta acudir a rezar cada día..). En 1980, el Papa Juan Pablo II visitará sus obras, que le causarán gran impresión y le llevarán a erigir la fundación "Doctor Marcello Candia". Es una gran alegría para todos los colaboradores de Marcello, pero éste lamenta que hayan puesto su nombre a la Fundación.
En 1983, regresa a Milán gravemente enfermo. Desde 1967, ha padecido cuatro crisis cardíacas, pero lo vence un cáncer de piel con metástasis en el hígado, falleciendo el 31 de agosto. El 9 de julio de 2014, el Papa Francisco reconoció la heroicidad de sus virtudes, concediéndole por ello el título de "venerable". Su proceso de beatificación está en curso.
Preciosa vida, gran ejemplo para todos nosotros de cómo vivir la santidad en lo sencillo de cada día. ¡Ojalá el Señor tenga a bien agregarle pronto al número de sus santos!
Que el venerable Marcello Candia nos conceda la Gracia de seguir a Cristo consagrándonos a aliviar a aquellos y aquellas que sufren, teniendo siempre presente que "la primera pobreza de los pueblos es no conocer a Cristo" (Madre Teresa de Calcuta)
Más información: http://www.fondazionecandia.org/ y http://www.clairval.com/index.es.html
Una lógica diferente
En su calidad de industrial, Marcello tiene la costumbre de llevar y de hacer que se lleve una contabilidad rigurosa, pero en las obras de Dios hay que ir, a veces, más lejos: "Poco a poco -dirá-, me di cuenta de que, cuando se trataba de Dios, había que aplicar una lógica diferente. Las cuentas salen enseguida, pues los enfermos que pueden pagar sus cuidados son aproximadamente uno de cada diez, y aquellos que están asegurados en una mutua suponen el 40%. Los demás no pueden aportar nada más que a sí mismos para ser curados. De ese modo aprendí que un hospital para los pobres, para funcionar bien, debía tener siempre déficit.. Os resultará difícil comprender lo que supuso para mí entrar en esa lógica... Y cuando se agotaron mis fondos, empezaron a llegar las aportaciones de mis amigos, de los obreros de las fábricas que me pertenecieron, etc.". Y constata igualmente otra maravilla: la transformación de algunas personas de Macapá, que se muestran dispuestas a ayudarle y hallan de ese modo dignidad y fe.
Un modesto instrumento
A pesar de la numerosa oposición que encuentra, Marcello es alabado y aplaudido ya en vida. En 1975, un periódico brasileño de gran difusión le dedica un largo artículo titulado "El mejor hombre de Brasil". Ante tales cumplidos, él responde: "Para mí, no soy nadie; no soy más que un modesto instrumento de la Providencia... No soy yo quien ha dado algo, sino que son los pobres quienes me dan... Quien ha recibido mucho de la vida, debe dar mucho". Ese mismo año, en consideración a lo que le había dicho el cardenal Montini, Marcello decide confiar la obra a los Religiosos Hospitalarios Camilianos. Al respecto afirmará: "No es cristiano buscarse a sí mismo en una obra, sino que hay que realizarse en Dios... Doy gracias al Señor por haber podido empezar la obra con los medios que me dio, pero después tenía que considerarme inútil. Era también necesario que quienes han venido después de mí pudieran contribuir con su iniciativa... Así pues, me he retirado, y ahora me contento con buscar dinero para que puedan continuar la tarea".

leprosería de Marituba, perdida en la selva virgen a 400 km al sur de Macapá. Hasta entonces, esos enfermos estaban recluidos en un perímetro prohibido a los no leprosos. La colonia estaba formada por un millar de enfermos que sobrevivían en unas condiciones más que miserables, donde la solidaridad y la higiene eran desconocidas. Cuando visita por primera vez esos lugares, gracias a un permiso especial, Marcello comprende que lo primero es inyectar la esperanza en el corazón de aquellos marginados, implantando entre ellos una comunidad de personas consagradas, con un sacerdote. Marcello establece entonces un centro urbano con casas individuales, agua corriente, drenaje mediante alcantarillas, dispensario, centro social gestionado por los propios enfermos, etc. También se fundan otras leproserías y centros de oración en otras localidades (dos de ellos carmelitas, donde gusta acudir a rezar cada día..). En 1980, el Papa Juan Pablo II visitará sus obras, que le causarán gran impresión y le llevarán a erigir la fundación "Doctor Marcello Candia". Es una gran alegría para todos los colaboradores de Marcello, pero éste lamenta que hayan puesto su nombre a la Fundación.
En 1983, regresa a Milán gravemente enfermo. Desde 1967, ha padecido cuatro crisis cardíacas, pero lo vence un cáncer de piel con metástasis en el hígado, falleciendo el 31 de agosto. El 9 de julio de 2014, el Papa Francisco reconoció la heroicidad de sus virtudes, concediéndole por ello el título de "venerable". Su proceso de beatificación está en curso.
Preciosa vida, gran ejemplo para todos nosotros de cómo vivir la santidad en lo sencillo de cada día. ¡Ojalá el Señor tenga a bien agregarle pronto al número de sus santos!
Que el venerable Marcello Candia nos conceda la Gracia de seguir a Cristo consagrándonos a aliviar a aquellos y aquellas que sufren, teniendo siempre presente que "la primera pobreza de los pueblos es no conocer a Cristo" (Madre Teresa de Calcuta)
Más información: http://www.fondazionecandia.org/ y http://www.clairval.com/index.es.html
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