- Valor, amigo mío, le dice el confesor, es una gran gracia la que el Señor os hace hoy: usted va a salir pronto de este mundo donde no tiene más que penas.
- ¡Penas!, replicó el moribundo con voz apagada, usted se equivoca: yo tomé a san José por mi patrono y mi modelo y, como él, nunca me quejé de mi suerte. No he conocido ni el odio, ni la envidia; mi sueño era tranquilo. Me cansaba de día, pero descansaba de noche. Las herramientas que usted ve me procuraban el pan que comía con deleite. Era pobre, en verdad, pero san José lo era tanto como yo y estuve bastante bien hasta hoy. Si recupero la salud, lo que no creo, iré al taller y continuaré bendiciendo la mano de Dios que me ha cuidado hasta el presente.
El sacerdote, sorprendido, no sabía qué responder a semejante enfermo. Sin embargo, le habló así: - Amigo mío, puesto que la vida no os ha sido penosa, no debe por eso dejar de disponerse a dejarla, porque hay que someterse a la voluntad de Dios.
-He sabido vivir, prosiguió el moribundo con voz firme, sabré morir. Doy gracias a Dios por haberme dado la vida y por hacerme pasar por la muerte para llegar a Él; noto que llega el momento, aquí está... ¡Adiós, hermano mío!
Así vivió y murió, lleno de paz, este piadoso obrero, este hombre justo, que había tomado a san José por su patrono y su modelo. Seamos nosotros también siempre los imitadores de este gran santo.
(del libro "Id a José" de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)
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