“San Francisco, un hombre dialogante y evangelizador”
Oración inicial
ORACIÓN ANTE EL CRUCIFIJO DE SAN DAMIÁN [OrSD]
¡Oh alto y glorioso Dios!
Ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta, esperanza cierta, caridad perfecta,
sentido y conocimiento, Señor,
para que cumpla tu santo y veraz mandamiento.
Lectura tomada de los Escritos de san Francisco:
"Acompañado, pues, de un hermano llamado Iluminado -hombre
realmente iluminado y virtuoso-, se puso en camino, y de pronto le
salieron al encuentro dos ovejitas, a cuya vista, muy alborozado, dijo el
Santo al compañero: «Confía, hermano, en el Señor, porque se cumple
en nosotros el dicho evangélico: He aquí que os envío como ovejas en
medio de lobos» (Mt 10,16). Y, avanzando un poco más, se encontraron
con los guardias sarracenos, que se precipitaron sobre ellos como lobos
sobre ovejas y trataron con crueldad y desprecio a los siervos de Dios
salvajemente capturados, profiriendo injurias contra ellos,
afligiéndoles con azotes y atándolos con cadenas. Finalmente, después
de haber sido maltratados y atormentados de mil formas, disponiéndolo
así la divina Providencia, los llevaron a la presencia del sultán, según lo
deseaba el varón de Dios.
Entonces el jefe les preguntó quién los había enviado, cuál era su
objetivo, con qué credenciales venían y cómo habían podido llegar
hasta allí; y el siervo de Cristo Francisco le respondió con intrepidez
que había sido enviado no por hombre alguno, sino por el mismo Dios
altísimo, para mostrar a él y a su pueblo el camino de la salvación y
anunciarles el Evangelio de la verdad. Y predicó ante dicho sultán sobre
Dios trino y uno y sobre Jesucristo salvador de todos los hombres con
tan gran convicción, con tanta fortaleza de ánimo y con tal fervor de
espíritu, que claramente se veía cumplirse en él aquello del Evangelio:
Yo os daré palabras y sabiduría, a las que no podrá hacer frente ni
contradecir ningún adversario vuestro (Lc 21,15).
De hecho, observando el sultán el admirable fervor y virtud del hombre
de Dios, lo escuchó con gusto y le invitó insistentemente a permanecer
consigo.
Pero el siervo de Cristo, inspirado de lo alto, le respondió: «Si os
resolvéis a convertiros a Cristo tú y tu pueblo, muy gustoso
permaneceré por su amor en vuestra compañía. Mas, si dudas en
abandonar la ley de Mahoma a cambio de la fe de Cristo, manda
encender una gran hoguera, y yo entraré en ella junto con tus sacerdotes,
para que así conozcas cuál de las dos creencias ha de ser tenida, sin
duda, como más segura y santa».
Respondió el sultán: «No creo que
entre mis sacerdotes haya alguno que por defender su fe quiera
exponerse a la prueba del fuego, ni que esté dispuesto a sufrir cualquier
otro tormento». Había observado, en efecto, que uno de sus sacerdotes,
hombre íntegro y avanzado en edad, tan pronto como oyó hablar del
asunto, desapareció de su presencia.
Entonces, el Santo le hizo esta proposición: «Si en tu nombre y en el de tu pueblo me quieres
prometer que os convertiréis al culto de Cristo si salgo ileso del fuego,
entraré yo solo a la hoguera. Si el fuego me consume, impútese a mis
pecados; pero, si me protege el poder divino, reconoceréis a Cristo,
fuerza y sabiduría de Dios, verdadero Dios y Señor, salvador de todos
los hombres».
El sultán respondió que no se atrevía a aceptar dicha opción, porque
temía una sublevación del pueblo. Con todo, le ofreció muchos y
valiosos regalos, que el varón de Dios -ávido no de los tesoros terrenos,
sino de la salvación de las almas- rechazó cual si fueran lodo.
Viendo el sultán en este santo varón un despreciador tan perfecto de los
bienes de la tierra, se admiró mucho de ello y se sintió atraído hacia él
con mayor devoción y afecto. Y, aunque no quiso, o quizás no se atrevió
a convertirse a la fe cristiana, sin embargo, rogó devotamente al siervo
de Cristo que se dignara aceptar aquellos presentes y distribuirlos -por
su salvación- entre cristianos pobres o iglesias. Pero Francisco, que
rehuía todo peso de dinero y percatándose, por otra parte, que el sultán
no se fundaba en una verdadera piedad, rehusó en absoluto
condescender con su deseo." (Leyenda Mayor de San Buenaventura, capítulo 9,8)
Reflexión
Francisco y el sultán en medio de la guerra, tuvieron un encuentro en
Paz, gracias a la hospitalidad de uno y a la apertura al dialogo de ambos.
Si bien Francisco no logra hacer que el sultán se haga cristiano,
tampoco el sultán logra retener a este “monje” llamado Francisco
ofreciéndole suntuosos regalos y dinero. Sin embargo, ambos
vivenciaron un encuentro en paz, en donde cada uno pudo exponer al
otro su perspectiva en un franco diálogo.
Gracias a este encuentro en
paz que hoy en día los franciscanos viven en paz custodiando los
lugares santos en medio de tierras no cristianas.
Hoy en día los cristianos estamos en medio de un mundo abiertamente no cristiano e incluso hostil. Sin embargo, como dice la carta a los Hebreos, aún no hemos llegado a la sangre en nuestra lucha contra el pecado (12, 4), ni el nuestro ni el que nos rodea.
¿Nos urge la salvación de nuestros hermanos, sean o no creyentes? ¿Nos abrasa el fuego del Amor de Cristo hasta tal punto que estemos dispuestos a dar la vida en favor de la evangelización para salvar, aunque sea, a uno solo? Porque urge, nuestra conversión y la de la humanidad urge. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar?
Canción: Cristo Vive
Autor: Nico Montero
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