23 febrero 2015

I Domingo de Cuaresma

¿Por qué necesito conversión?


Necesito conversión porque estoy más pendiente de mi voluntad que de la tuya. Porque aferro mi corazón a las cosas de este mundo en lugar de anclar mi corazón en el Cielo.

Necesito conversión porque muchas veces mi pereza es mayor que mis deseos de orar y estar contigo amándote y dejándome amar por ti, Señor. Porque mi impaciencia hace que no sea capaz de respetar los ritmos en la vida de los demás. Ni siquiera el ritmo que Tú quieres para mi vida.

Necesito conversión porque no soy capaz de sonreír en mi corazón y alegrarme cuando me cruzo con esa persona que me ha hecho daño. Porque no soy capaz de mirar con ternura al que pide en la calle y socorrerle con misericordia, sino que camino acelerando el paso.

Necesito conversión porque no soy capaz de mirar al hermano, a la hermana poniendo tu cruz entre nosotros. Porque me impaciento con aquella persona que me resulta cansina por su edad o por su conversación. Porque pongo caretas y no abro libremente mi corazón para perdonar como Tú me perdonas, Señor.


Necesito conversión porque no sé amar. Sencillamente, porque no sé amar. Porque no amo hasta que duela como nos ama Dios.



Canción: Como nos ama Dios
Autor: Son by Four



19 febrero 2015

Cristi-héroes... ¿anónimos?

Esta mañana pasaba por una céntrica y concurrida plaza de la ciudad donde vivo. Muchas personas paseaban, pero también había otras sentadas en los distintos bancos. La mayoría de estas últimas se veía que eran pobres de la calle. Algunos de ellos incluso portaban las bolsas donde llevan a cuestas lo poco que tienen.

Al entrar en la plaza y verles, lo primero que pasó por mi cabeza es la llamada continua que nos está haciendo el Papa Francisco de volcar nuestra atención y cariño hacia los pobres.

En uno de esos bancos había un chico sentado, de mediana edad. Y una mujer, más mayor, estaba de pie hablando con él y portando las bolsas de la compra.

Al pasar a su lado escuché a la mujer preguntarle al chico por otro que no estaba ahí. Él contestó que tenía a alguien en su vida, su mujer, y no estaba solo como él, así que ese día estaba con ella y no acompañándole en el banco. Y la mujer mayor contestaba cuando ya me iba: "es que como siempre os veo juntos, me he preocupado al no verle".

Y al seguir andando se me ocurrió pensar: ¿esta mujer habrá escuchado o leído al Papa Francisco? No sé si lo habrá hecho o no, pero tengo la certeza de que esta mujer lleva en su corazón, en lo más profundo, a Cristo pobre entre los pobres.

Los cristianos estamos llamados a ir contracorriente. Es algo que muchas veces hemos oído, pero no sé hasta qué punto, de tanto hacerlo, hemos dejado de escucharlo y vivirlo. Y realmente en este mundo, si de verdad vivimos como Cristo, somos realmente los "raritos" y los "contracorriente". Afortunadamente el Espíritu Santo, que es muy sabio, nos ha puesto al frente de nuestra Madre Iglesia a un pastor que nos recuerda lo más esencial de nuestra fe. Eso que de tanto oírlo... hemos olvidado escucharlo y vivirlo...

"Y esto se llama tocar la Carne de Cristo: ¡los pobres, los abandonados, 
los enfermos, los marginados son la Carne de Cristo!" (Papa Francisco, 12 mayo 2013)

Esta mujer, al lado del banco de un pobre, lo sabe bien... Y ella no es anónima, es bien conocida: por los pobres y por la Carne de Cristo en ellos.





Vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=CUcm8-4ooHc



16 febrero 2015

Homilía del Papa en la creación de los nuevos cardenales

Hoy quiero compartiros la homilía del Papa del pasado Domingo día 15, en la Misa de creación de los nuevos cardenales. Creo que viene muy al pelo respecto a lo que escribí en mi último post :-)

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica Vaticana
Domingo 15 de febrero de 2015

«Señor, si quieres, puedes limpiarme…» Jesús, sintiendo lástima; extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero: queda limpio» (cf.Mc 1,40-41). La compasión de Jesús. Ese padecer con que lo acercaba a cada persona que sufre. Jesús, se da completamente, se involucra en el dolor y la necesidad de la gente… simplemente, porque Él sabe y quiere padecer con, porque tiene un corazón que no se avergüenza de tener compasión.
«No podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado» (Mc 1, 45). Esto significa que, además de curar al leproso, Jesús ha tomado sobre sí la marginación que la ley de Moisés imponía (cf. Lv 13,1-2. 45-46). Jesús no tiene miedo del riesgo que supone asumir el sufrimiento de otro, pero paga el precio con todas las consecuencias (cf. Is 53,4).
La compasión lleva a Jesús a actuar concretamente: a reintegrar al marginado. Y éstos son los tres conceptos claves que la Iglesia nos propone hoy en la liturgia de la palabra: la compasión de Jesús ante la marginación y su voluntad de integración.
Marginación: Moisés, tratando jurídicamente la cuestión de los leprosos, pide que sean alejados y marginados por la comunidad, mientras dure su mal, y los declara: «Impuros» (cf. Lv 13,1-2. 45.46).
Imaginad cuánto sufrimiento y cuánta vergüenza debía de sentir un leproso: físicamente, socialmente, psicológicamente y espiritualmente. No es sólo víctima de una enfermedad, sino que también se siente culpable, castigado por sus pecados. Es un muerto viviente, como «si su padre le hubiera escupido en la cara» (Nm 12,14).
Además, el leproso infunde miedo, desprecio, disgusto y por esto viene abandonado por los propios familiares, evitado por las otras personas, marginado por la sociedad, es más, la misma sociedad lo expulsa y lo fuerza a vivir en lugares alejados de los sanos, lo excluye. Y esto hasta el punto de que si un individuo sano se hubiese acercado a un leproso, habría sido severamente castigado y, muchas veces, tratado, a su vez, como un leproso.
Es verdad, la finalidad de esa norma era la de salvar a los sanosproteger a los justos y, para salvaguardarlos de todo riesgo, marginar el peligro, tratando sin piedad al contagiado. De aquí, que el Sumo Sacerdote Caifás exclamase: «Conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera» (Jn 11,50).
Integración: Jesús revoluciona y sacude fuertemente aquella mentalidad cerrada por el miedo y recluida en los prejuicios. Él, sin embargo, no deroga la Ley de Moisés, sino que la lleva a plenitud (cf. Mt 5, 17), declarando, por ejemplo, la ineficacia contraproducente de la ley del talión; declarando que Dios no se complace en la observancia del Sábado que desprecia al hombre y lo condena; o cuando ante la mujer pecadora, no la condena, sino que la salva de la intransigencia de aquellos que estaban ya preparados para lapidarla sin piedad, pretendiendo aplicar la Ley de Moisés. Jesús revoluciona también las conciencias en el Discurso de la montaña (cf. Mt 5) abriendo nuevos horizontes para la humanidad y revelando plenamente la lógica de Dios. La lógica del amor que no se basa en el miedo sino en la libertad, en la caridad, en el sano celo y en el deseo salvífico de Dios, Nuestro Salvador, «que quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tm 2,4). «Misericordia quiero y no sacrificio» (Mt 12,7; Os 6,6).
Jesús, nuevo Moisés, ha querido curar al leproso, ha querido tocar, ha querido reintegrar en la comunidad, sin autolimitarse por los prejuicios; sin adecuarse a la mentalidad dominante de la gente; sin preocuparse para nada del contagio. Jesús responde a la súplica del leproso sin dilación y sin los consabidos aplazamientos para estudiar la situación y todas sus eventuales consecuencias. Para Jesús lo que cuenta, sobre todo, es alcanzar y salvar a los lejanos, curar las heridas de los enfermos, reintegrar a todos en la familia de Dios. Y eso escandaliza a algunos.
Y Jesús no tiene miedo de este tipo de escándalo. Él no piensa en las personas obtusas que se escandalizan incluso de una curación, que se escandalizan de cualquier apertura, a cualquier paso que no entre en sus esquemas mentales o espirituales, a cualquier caricia o ternura que no corresponda a su forma de pensar y a su pureza ritualista. Él ha querido integrar a los marginados, salvar a los que están fuera del campamento (cf. Jn 10).
Son dos lógicas de pensamiento y de fe: el miedo de perder a los salvados y el deseo de salvar a los perdidos. Hoy también nos encontramos en la encrucijada de estas dos lógicas: a veces, la de los doctores de la ley, o sea, alejarse del peligro apartándose de la persona contagiada, y la lógica de Dios que, con su misericordia, abraza y acoge reintegrando y transfigurando el mal en bien, la condena en salvación y la exclusión en anuncio.
Estas dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar. San Pablo, dando cumplimiento al mandamiento del Señor de llevar el anuncio del Evangelio hasta los extremos confines de la tierra (cf. Mt 28,19), escandalizó y encontró una fuerte resistencia y una gran hostilidad sobre todo de parte de aquellos que exigían una incondicional observancia de la Ley mosaica, incluso a los paganos convertidos. También san Pedro fue duramente criticado por la comunidad cuando entró en la casa de Cornelio, el centurión pagano (cf. Hch 10).
El camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración. Esto no quiere decir menospreciar los peligros o hacer entrar los lobos en el rebaño, sino acoger al hijo pródigo arrepentido; sanar con determinación y valor las heridas del pecado; actuar decididamente y no quedarse mirando de forma pasiva el sufrimiento del mundo. El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero; el camino de la Iglesia es precisamente el de salir del propio recinto para ir a buscar a los lejanos en las “periferias” esenciales de la existencia; es el de adoptar integralmente la lógica de Dios; el de seguir al Maestro que dice: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Lc 5,31-32).
Curando al leproso, Jesús no hace ningún daño al que está sano, es más, lo libra del miedo; no lo expone a un peligro sino que le da un hermano; no desprecia la Ley sino que valora al hombre, para el cual Dios ha inspirado la Ley. En efecto, Jesús libra a los sanos de la tentación del «hermano mayor» (cf. Lc 15,11-32) y del peso de la envidia y de la murmuración de los trabajadores que han soportado el peso de la jornada y el calor (cf. Mt 20,1-16).
En consecuencia: la caridad no puede ser neutra, aséptica, indiferente, tibia o imparcial. La caridad contagia, apasiona, arriesga y compromete. Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita (cf. 1Cor 13). La caridad es creativa en la búsqueda del lenguaje adecuado para comunicar con aquellos que son considerados incurables y, por lo tanto, intocables. Encontrar el lenguaje justo… El contacto es el auténtico lenguaje que transmite, fue el lenguaje afectivo, el que proporcionó la curación al leproso. ¡Cuántas curaciones podemos realizar y transmitir aprendiendo este lenguaje del contacto! Era un leproso y se ha convertido en mensajero del amor de Dios. Dice el Evangelio: «Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho» (Mc 1,45).
Queridos nuevos Cardenales, ésta es la lógica de Jesús, éste es el camino de la Iglesia: no sólo acoger y integrar, con valor evangélico, aquellos que llaman a la puerta, sino salir, ir a buscar, sin prejuicios y sin miedos, a los lejanos, manifestándoles gratuitamente aquello que también nosotros hemos recibido gratuitamente. «Quien dice que permanece en Él debe caminar como Él caminó» (1Jn 2,6). ¡La disponibilidad total para servir a los demás es nuestro signo distintivo, es nuestro único título de honor!
Pensadlo bien en estos días en los que habéis recibido el título cardenalicio. Invoquemos la intercesión de María, Madre de la Iglesia, que sufrió en primera persona la marginación causada por las calumnias (cf. Jn 8,41) y el exilio (cf. Mt 2,13-23), para que nos conceda el ser siervos fieles de Dios. Ella, que es la Madre, nos enseñe a no tener miedo de acoger con ternura a los marginados; a no tener miedo de la ternura. Cuántas veces tenemos miedo de la ternura. Que Ella nos enseñe a no tener miedo de la ternura y de la compasión; nos revista de paciencia para acompañarlos en su camino, sin buscar los resultados del éxito mundano; nos muestre a Jesús y nos haga caminar como Él.

Queridos hermanos nuevos Cardenales, mirando a Jesús y a nuestra Madre, os exhorto a servir a la Iglesia, en modo tal que los cristianos –edificados por nuestro testimonio– no tengan la tentación de estar con Jesús sin querer estar con los marginados, aislándose en una casta que nada tiene de auténticamente eclesial. Os invito a servir a Jesús crucificado en toda persona marginada, por el motivo que sea; a ver al Señor en cada persona excluida que tiene hambre, que tiene sed, que está desnuda; al Señor que está presente también en aquellos que han perdido la fe, o que, alejados, no viven la propia fe, o que se declaran ateos; al Señor que está en la cárcel, que está enfermo, que no tiene trabajo, que es perseguido; al Señor que está en el leproso – de cuerpo o de alma -, que está discriminado. No descubrimos al Señor, si no acogemos auténticamente al marginado. Recordemos siempre la imagen de san Francisco que no tuvo miedo de abrazar al leproso y de acoger a aquellos que sufren cualquier tipo de marginación. En realidad, queridos hermanos, sobre el evangelio de los marginados, se juega y se descubre y se revela nuestra credibilidad.


Enlace al texto de la homilía: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2015/documents/papa-francesco_20150215_omelia-nuovi-cardinali.html


13 febrero 2015

Los proscritos del Señor

En las noticias estamos viendo (y viviendo con ellos) la persecución por motivos de fe de nuestros hermanos cristianos en todo el mundo. Pero hoy no quiero hablar de ellos. Quiero hablar de los proscritos entre nosotros: en nuestras parroquias, movimientos, grupos, comunidades...

Creo que todos hemos tenido conversaciones donde se nos ha hablado o hemos hablado del mal que hacen los comentarios, juicios y murmuraciones que señalan la vida de otras personas, incluso la nuestra propia. Todo lo que voy a escribir ahora, con mucha pena, son comentarios reales: que si tal persona es separada y no debería comulgar; que si mira cómo viste o habla; que si quién se cree ella siendo mujer por tener formación; que si es una persona rara (ayer me mandaron una frase sobre esto: "Lo de ser `raro´es un canon puesto por algunos que no se reconocen en el espejo"); que si se la ve demasiado con curas; que si está liada con uno o más de uno; que si tiene tatuajes satánicos; que si va con los "sin papeles" de ese movimiento donde todos están excomulgados por Roma; que si a su edad no se ha casado por algo será...

Y todos, evidentemente, con ese tonillo malicioso que tan bien, por desgracia, conocemos...

A raíz de una última conversación sobre el tema, hoy me surgía una pregunta en el corazón: ¿dónde he escuchado yo esto antes? Espera, espera, que lo tengo en la punta de la lengua... ¿Dónde Jesús decía exactamente las mismas palabras y se portaba exactamente igual en el evangelio? Que sí, que sí, que lo tengo en la punta de la lengua...

¡Ah, sí, ya está!:

Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?» Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra». E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?» Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más». (Juan 8, 3-11)

Sí, sí... "exactamente" las mismas palabras...

Ya hablé en otro post de lo poquísimo que me gustan las etiquetas. Cuando murmuramos o comentamos o enjuiciamos a otros, y encima lo extendemos sin ningún tipo de pudor, estamos etiquetando a esa persona gravemente, hasta el punto de que la convertimos en proscrita entre los hermanos: proscrita en nuestros grupos, proscrita en nuestros corazones, proscrita en nuestras mentes, proscrita en nuestras oraciones, proscrita en nuestro amor...

Si ya lo decía San Francisco de Asís: murmuración, ¡¡pecado prohibido!!. "Que los hermanos a nadie insulten; que no murmuren ni detraigan a otros, porque escrito está: `los murmuradores y los detractores son odiosos a Dios´ (cfr. Rom 1, 30)" (de la primera Regla franciscana). Afirma Tomás de Celano que San Francisco incluso consideraba justo que "se despojase de su túnica quien hubiese despojado a un hermano de la gloria del buen nombre, y que no alzase los ojos a Dios, sin haber restituido antes lo que había hurtado".

RESTITUCIÓN...      Humildemente creo que es algo que hemos olvidado los cristianos y deberíamos recuperar: "si uno ha sido injusto, ha murmurado o ha calumniado tiene obligación estricta de restituir la buena fama del agraviado. Esto no sólo en atención a librarse de la sentencia evangélica de que “aquel que a hierro mata, a hierro muere”, no es sólo tema de justicia divina, sino también es una sana costumbre en la convivencia social: si uno ha quitado algo a alguien se lo tiene que devolver. Por tanto, si se trata de la fama de otro, hay que ir a aquellos a los que se les ha comentado y decirles: “lo que dije de fulanito no es exacto, me faltaban datos, no averigüé suficiente, me dejé llevar de rumores”, etc. 
(os recomiendo leer el artículo entero: http://ofsdemexico.blogspot.com.es/2013/07/que-es-la-murmuracion.html)

Pues eso... "No juzguéis para que no seáis juzgados..." (Mateo 7, 1-5)

"Y sobre esto de «matar», recordar que las palabras matan. Incluso los malos deseos contra el otro matan. Muchas veces, cuando escuchamos hablar a las personas, hablar mal de los demás, parece que el pecado de calumnia, el pecado de la difamación fue borrado del decálogo, y hablar mal de una persona es pecado. ¿Por qué hablo mal de una persona? Porque en mi corazón tengo odio, antipatía, no amor. Pedir siempre esta gracia: conocer lo que sucede en mi corazón, para hacer siempre la elección justa, la opción del bien. Y que el Señor nos ayude a querernos. Y si no puedo querer a una persona, ¿por qué no puedo? Rezar por esta persona, para que el Señor haga que la quiera."

(homilía del Papa Francisco: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2014/documents/papa-francesco_20140216_omelia-parrocchia-san-tommaso-apostolo.html)





Canción: No juzgues
Autora: Hermana Glenda
https://www.youtube.com/watch?v=f4uMuH1_i5M


05 febrero 2015

Carta abierta al Papá Francisco

Sí, sí, no me he equivocado: he puesto Papá, con tilde en la “a” y mayúsculas. Porque cuando te escucho o te veo siento que es realmente mi padre en la fe el que se dirige a mí y a mis hermanos.

Hace unos meses tuve la oportunidad de leer el libro “La vida oculta de Bergoglio”, escrito por el periodista argentino Armando Rubén Puente. Recoge a grandes pinceladas tu vida (la vida del padre Jorge, como te gustaba que te llamaran y creo que en el fondo te sigue gustando) desde tus antecedentes familiares hasta el momento en que embarcaste en el avión que te llevaría al cónclave donde fuiste elegido Papa.

Me encantó la lectura de este libro, porque se ve el paso de Dios por tu vida. Cómo fue poco a poco modelando tu corazón y tu carácter; cómo fue cogiendo el barro de tu ser para irlo modelando y convirtiendo en el pastor “con olor a oveja” que ahora eres. Y te doy gracias, Papá, por dejarte hacer. Por dejarte transformar en una oveja abandonada en los brazos del Señor. Gracias por tu docilidad a la acción del Espíritu. Gracias, porque tu “tufillo a oveja” llega hasta los confines de la tierra, como el Señor encargó a su Iglesia.

Creo que la Iglesia es una con muchos rostros y un solo corazón. Los rostros de los distintos carismas que da el Espíritu Santo; los rostros de los distintos caracteres personales y culturales; los rostros de las distintas experiencias y formaciones. Pero un único corazón que es corazón de Madre, semejante al de la Virgen. María: mujer sencilla, de pueblo, sin grandezas y sobre todo humilde. Por ello, para mí la Iglesia debe mostrarse sencilla y con sencillez mostrar el rostro amante, materno y misericordioso de Dios. Debe hacerse toda a todos (cfr. 1 Cor 9, 22), para que todos se acerquen al Señor y vivan la plenitud de vida a la que han sido llamados.

Creo que cada pastor de la Iglesia universal y de cada Iglesia local nos ayuda a contemplar un rostro distinto de la Iglesia con sus carismas, formación, cultura y experiencias de vida personales. Ni mejor ni peor, sólo distinto y siempre desde el Espíritu. Y todos complementarios. Y todos latiendo al compás del corazón de María. Cada uno de ellos nos enriquece y ayuda a abrir la mirada para comprender y caminar junto con aquellos hermanos que tienen distintos carismas, formación, cultura y experiencia de vida.

Este libro me ayudó a conocer un poco más tu corazón y a comprender lo que propone Cristo a la Iglesia en este momento concreto de nuestra historia. Pero sobre todo interpeló a mi vida, a mi modo de ser cristiana, a cómo me dejo hacer por Cristo. Y esa interpelación y experiencia de vida me plantea multitud de interrogantes.

Y me imagino cómo sería estar sentada a tu lado, contemplando el atardecer de nuestra querida, hermosa y caótica Roma, como una niña que pregunta con sencillez a su padre y se deja enseñar por éste. Observando a las ovejuelas de tu diócesis, de esa pequeña porción que es muestra de toda la Iglesia. Porque en cada pequeño gesto, palabra, visita, mirada que ellos -afortunados con tu cercanía- reciben, veo tu amor y solicitud por toda la Iglesia, también la más lejana, a la que estoy segura deseas alcanzar. Y por eso cuidas los detalles de amor, incluso para con quienes en la distancia nos sentimos reconocidos y amados por ti.

Porque la vida se construye con pequeños detalles y el libro sólo habla a grandes pinceladas…

…sentada a tu lado tendría tanto que preguntarte, querido Papá Francisco…


Y tú que lees este blog, ¿qué le preguntarías a nuestro Papá Francisco?





Canción: En tu nombre echaremos las redes.
Autor: Jonatan Narvaez.