09 mayo 2018

“Madre, qué alivio es saber que no hay alma que esté fuera de la esperanza..."

Os comparto este texto que he recibido de Agustín Cobos, un hermano laico de Sevilla. Me ha parecido realmente hermoso...

Después de la tormenta llegó la calma y aprovecho para asomarme en la azotea y ver la belleza de la creación. El cielo azul en una preciosa mañana de primavera… a lo lejos, cada árbol, cada flor, cada pájaro, cada piedra del camino… ¡todo habla de Dios! Y, como siempre, pregunto desde mi corazón a María. Y me susurras que todo fue creado por Amor al hombre, todo bello, para nuestro bien. Y entre suspiros te respondo que la más hermosa eres tú. Más pura que el agua cristalina, más delicada que la suave pluma del pájaro y tu perfume es infinitamente más exquisito que el que exhalan las rosas en primavera... y me veo tan pequeño, tan pobre, ¡tan miserable!, a tu lado. Tan salpicado de suciedad y pecado… y te suplico que me agarres de tu mano y no me sueltes nunca.

“Los días donde me veneráis y salgo a la calle para bendeciros, os preparáis, os vestís de gala, dejáis impecables las casas, adornáis con flores los jardines, pintáis las paredes de las casas… ¿y vuestras almas, cómo están? Hermoso por fuera, más, por dentro… si tan solo imaginaras cuán extraordinaria capacidad de resplandecer te ha sido dada, no dudarías en hacer lo que esté de tu parte para conservar tu alma en Gracia… ¿No te das cuenta que Dios cambia los paisajes?, así puede cambiar tu alma, de una tormenta, a brillar como un arcoíris. Esta es la maravilla de la Misericordia de Dios. Todo fue creado hermoso y perfecto, pero el pecado del hombre desluce la Gloria del Señor. El pecado puede ensuciar, pero jamás puede modificar lo que es tu alma, ni para qué ha sido creada, que es Dios mismo…. has sido creado para Amar, y no importa cuánto el pecado se esfuerce en deformar y querer torcer el alma, no podrá alterar su esencia. El alma siempre conservará intacta la capacidad de arrepentimiento que te permitirá esperar con esperanza el momento en que volverá a ver brillar sus flores, que son sus dones, renacerán sus manantiales, que son las gracias y virtudes que la adornan…”

Me quedo sobrecogido y emocionado con tu respuesta, Madre. Sin palabras…

“Madre, qué alivio es saber que no hay alma que esté fuera de la esperanza… jamás nadie podrá comprender la Misericordia de Dios… pero, Madre, ¿cuánta distancia ha de recorrer mi alma llena de pecados para recuperar su frescura y pureza original?”. Pregunto como un niño con dudas a su mamá.

“Muy simple, hijo, la distancia que te separa del confesionario… no sólo te son perdonados tus pecados, en un acto de amor generosísimo, sino que te es dada la Gracia de fortalecer tu alma para vencer las tentaciones… tu alma sale nueva, pura, bella, limpia, perfumada, lista para que Jesús viva en ella… no juzgues al sacerdote porque es el mismo Señor quien está delante de ti… y no temas porque yo iré a tu lado siempre acompañándote en silencio…”

El cielo parece más azul, tengo el alma llena de gozo por este momento compartido contigo, Madre, y hasta corren lágrimas por mis mejillas de emoción…
¡Gracias Madre, por enseñarme a través de las cosas simples, por acompañarme en el camino de la vida!

Hermano mío que me acompañas mientras lees este relato, no te asusten los paisajes tristes que puedas hallar… recuerda que Jesús nos ha dejado un Sacramento que devuelve al alma su frescura… y que María te acompañe a disfrutar todos los abrazos de amor que Jesús tiene para ti, esperando, en el confesionario de tu parroquia…






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