08 agosto 2017

Derroche de Misericordia

Hace unos meses se abrió en mi parroquia de Alcorcón una capilla de adoración perpetua.

La verdad es que es un inmenso regalo y un privilegio tenerla. Saber que puedes ir a cualquier hora del día y encontrarte con el Corazón del Señor abierto de par en par, siempre dispuesto, siempre amante, siempre derrochando Misericordia y ternura.

Hoy, al entrar, he comenzado a darle gracias por estar ahí, siempre. Y he sentido con fuerza en el corazón que el Señor me decía: "gracias a ti por venir a verme".

Y hoy también le he dado especialmente gracias por la generosidad de tantas almas que le han dicho que sí y por ello la capilla puede estar abierta. Al sentarme en el banco, he visto delante de mí a una madre que conozco de un grupo de la Renovación Carismática de otra parroquia. Estaba sentada junto a su hijo, en actitud de profunda adoración. Su hijo tiene síndrome de Down y alguna vez hemos tenido la oportunidad de compartir su dicha y también su sufrimiento por este tan querido hijo para ella. Y aquí estaban, un lunes muy pasadas las 9 de la noche, adorando al Señor. No viven lejos, pero tampoco cerca, así que me imagino que habrán vuelto a casa paseando por el parque. Disfrutando de la preciosa noche que hoy hay y hablando de las dulzuras del Señor en su tiempo de adoración.

Desde estas pobres líneas, quiero hacer llegar mi inmensa gratitud a todos ellos. A esta madre, a su hijo y a tantos cientos (sí, cientos) de almas que se han inscrito desde distintos lugares de la Diócesis de Getafe (y seguro que de más lejos) como adoradores; y a aquellos que, en la sombra, organizan todos los turnos y que todo esté bien. Gracias a ellos, a su servicio silencioso y humilde, el Señor tiene la oportunidad de sonreírnos al vernos llegar y de amarnos inmensamente en ese tiempo en el que derramamos nuestra alma ante Él.

Gracias, Señor, por tanto derroche de Misericordia...