03 enero 2017

TESTIMONIO - Estoy a la puerta y llamo

Con el nuevo año comenzamos un nuevo ciclo de TESTIMONIOS. Varias personas, de esas de "a pie", nos irán compartiendo su experiencia de encuentro con Dios. A su modo, en su vida, en lo cotidiano.

También compartiremos algún testimonio de personas que nos llevan la delantera en esto de la fe y ya han alcanzado el Cielo, el lugar al cual nuestra vida está encaminada y, al menos yo, por la Misericordia de Dios, espero encontrarme allí.

Os invito a comentar libremente lo que os ha parecido cada testimonio y si os ha ayudado de algún modo en vuestra vida. También os invito a compartir estas entradas del blog para que a muchos más pueda llegar la bendición que en ellas Dios va a derramar.

Comenzamos.

Hoy compartimos el testimonio de una buena amiga que prefiere quedar en el anonimato. Estoy segura de que os va a encantar su humildad y sencillez, como a mí. Es una persona de la que aprendo siempre mucho a vivir desde la fe y el amor, es un regalo del Señor en mi vida.


ESTOY A LA PUERTA Y LLAMO

En mi vida, tengo muy claro cuándo me di de bruces con Dios. Tengo fijado en mi mente el lugar y el momento, aunque no me acuerde del día exacto...

Mi vida era como la de muchos cristianos de antes (años 80): te bautizan, te llevan a hacer la comunión, te ofrecen ir a confirmación y, sin plantearte nada, lo haces; lo hacen los demás, así que... Después, llegó la Universidad y para mí fue salir del cascarón: fiestas, ambientes diversos, nueva gente, novios... Y, poco a poco, la práctica religiosa desapareció de mi vida; no me hacía falta Dios.

Eso sí, me casé por la Iglesia, ya que éramos de tradición cristiana, pero sin saber realmente la profundidad del sacramento, sólo que me comprometía a que fuera para siempre. Pasaron las vicisitudes normales de una vida, acabar los estudios, tener un hijo, crisis y paro, y surgieron en nuestro horizonte las enfermedades, primero mi hija y luego mi marido, hasta que él se murió.

Apareció el dolor y, con él, personas que te ayudan y te sostienen; la familia, los amigos y también Dios. Mi marido quiso confesarse, mi hija iba a hacer la comunión y nos fuimos acercando a la Iglesia.

Y empecé a encajar las piezas de mi vida: Dios me había llamado de jovencita a las misiones, pero me dio miedo y huí, y ahora me volvía a llamar mediante la fe que mostraba el sacerdote de mi parroquia. Me sentía atraída por esa vida de trato y confianza con Dios, y comencé suavemente el camino de la conversión.

Durante unos años, yo llamaba a la puerta, pero no se abría. No conseguía creer, no veían nada, sólo los signos exteriores, a pesar de rezar y recibir los sacramentos, pero perseveré y no dejaba de pedir la luz. Luego me explicaron que era mi purificación, porque a Dios no te puedes acercar así como así y yo tenía mucho que limpiar.

Finalmente, me invitaron súbitamente a unos ejercicios espirituales, y yo dije sí, sin saber a lo que iba; organicé rápidamente todo y al día siguiente estábamos de viaje. Y allí, en medio del silencio de una capilla, Dios me abrió por fin la puerta: sentí sus consuelos y mi vida cambió. ¡¡¡Dios está vivo y yo lo podía experimentar!!!

Mi vida se transformó radicalmente: tenía una flecha de amor clavada en el corazón, necesitaba ir a la capilla a estar con Él, y Él se daba a mí suavemente, pero llenando mi corazón de paz y gozo. Y cada vez iba llenando más huecos de mi vida y ahora es mi centro: mi trabajo, mi familia, mis actividades personales, mis ocupaciones sociales, mis amigos,... todo está alrededor de Él.

Soy feliz, con una alegría profunda que me hace estar segura de mis pasos y siento cómo crezco como persona día a día. Los sufrimientos y dolores de la vida se viven como desde arriba, porque ya no duelen tanto, Él nos ayuda a llevarlos. Este camino no termina nunca, siempre se avanza, pero cada vez que das un paso en la fe, tienes más claro que estar con Dios es lo único que de verdad satisface el corazón.

Anónimo.


Canción: Estoy a la puerta y llamo
Autor: Jésed