25 septiembre 2017

Escuchar desde el silencio

Hay días en los que el peso del mundo cae sobre el corazón. El sábado pasado fue uno de ellos: tuve la oportunidad de caminar paseando por la noche de Madrid y observando a las personas que había a mi alrededor.

Había mucha gente en la noche madrileña. La mayoría muy arreglados, cenando o tomando algo en las terrazas abiertas o en los restaurantes por los que pasaba. Y yo miraba sus rostros y no veía risas. Ni sonrisas. Incluso crucé la mirada con algunos de esos rostros y sólo vi tristeza y vacío. Y oré por ellos, escuché su dolor desde mi silencio.

Llegué a mi coche, en medio de un descampado, y me encontré rodeada de chicas ejerciendo la prostitución. Más personas por las que orar, más vidas guardadas en lo profundo.

Con esos rostros en mi corazón y preguntando al Señor cómo podía ser luz en medio de tanta oscuridad, encendí la radio y saltó, como siempre, Radio María.

A los pocos minutos comenzó un monje del Monasterio Cisterciense de Santa Mª de las Escalonias (Córdoba) a hacer una oración. Y fue como la voz de Dios que llenaba de bálsamo y consuelo mi corazón. Y me dio la luz que necesitaba, en respuesta a mi plegaria y como invitación a aquellos rostros con los que me había encontrado.

Transcribo parte de esa oración y te invito a escuchar la voz de Dios que hoy es también para ti:

"Levántate y anda. Ven y sígueme. Ven a beber de la fuente de la Misericordia y llegarás a ser consolado. Dios es la meta. La única meta de nuestra vida. No te engañes más: sin Dios no puedes nada. Él es tu vocación. Dios es tu vocación. Jesucristo es tu vocación. La vocación a la vida, la vocación de la esperanza. La vocación a no parar de levantarse después de caer. La vocación de ser luz en este mundo de tinieblas. La vocación de la verdad en medio de tanta confusión.

No te pierdas en el camino o buscando cuál es el camino en esta vida. O si el que has elegido es el correcto. No lo dudes: Dios es tu meta. Dios es tu vocación. Él es el camino. Tu sí es a Él, el que dio la vida por ti en una cruz. Tu sí es a Él, que se hace Carne y Sangre en las manos del sacerdote en el altar, para que lo comamos y que Él nos coma.

¿Por qué tantas dudas, tantos miedos? Confía en Él. Sólo en Él. Él sólo tiene Palabra de vida eterna. Dios da su Gracia a quienes lo buscan de corazón y están dispuestos a dejarse transformar. Lo importante no es la obra, sino la persona. No cuenta tanto lo que uno hace, sino lo que uno es. Nuestro trabajo principal es el de llegar a ser lo que estamos llamados a ser: hombres y mujeres de Dios. Llegar a ser y conseguir la misión del creyente, que es llegar a la unión plena con el Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo en esta búsqueda y en este camino. En esta búsqueda de Dios, equivale a dejarse encontrar, a acoger al Dios que te busca. Cuando alguien se abre a alguien para acogerle, no lo hace para disponer de él, sino para dejarse disponer por él. No para servirse de él, sino para servirle.

Tú que siempre buscas la voluntad de Dios, ¿sabes cuál es?: que sirvas a los hombres para llevarlos a Dios. Hacer lo que dice y hace, como nos ordenó María en la Boda de Caná. "Haced lo que Él os dice, ya no hay vino". Sólo Dios puede renovarlo y cambiarlo todo. Él está vivo y te busca.

Ya lo sabes, querido hermano, no tardes más. Escucha hoy su voz, levántate y anda."





11 septiembre 2017

El hatillo de...

He tenido la oportunidad de colaborar en varias mudanzas, algunas de sacerdotes. Estos días atrás, en una de ellas, he escuchado en varias ocasiones hacer referencia al "hatillo del padre Claret".

San Antonio María Claret guardaba en un pequeño hatillo que siempre llevaba consigo su libro de oración, la Biblia, la ropa indispensable para cambiarse y algún mapa. Y nada más, pues el corazón misionero debe estar libre de ataduras terrenales para volar allí donde el Señor le llame a llevar su Amor y su Palabra.

Reflexionando sobre esto, creo que es una buena enseñanza para todo cristiano. Y, si me apuráis, para todo hombre. Al fin y al cabo, estamos "de paso" por esta tierra y nada de lo que poseemos como bienes materiales nos llevaremos a la otra vida. Y realmente no importa cuántas cosas traslademos de un lugar a otro si el corazón no está enganchado a ellas. Sólo quedará aquello que hayamos sembrado y que se resume, básicamente, en el amor.

Parece que Septiembre ha sido siempre un mes de comienzos. Una vida nueva surge después de los días de descanso y vacaciones, aunque aparentemente las actividades por fuera sean las mismas.

Y yo me preguntaba: ¿cuál es el hatillo que llevo yo para este nuevo comienzo? ¿Sigo arrastrando pesos del pasado? Reconozco que algunas cosas sí son pesos que no vale la pena seguir portando. El corazón debe volar ligero para abrirse a las novedades que el Espíritu Santo quiera traer.

¿Qué tal si dejamos atrás todo aquello que nos estorbe y nos quedamos en el hatillo sólo aquello que nos enriquece y hace crecer como personas y como cristianos? Miro al horizonte y sólo veo luz y belleza. Y, sobre todo, infinitud: la infinitud que nos trae el Señor cuando caminamos con Él y dejamos que nos llene el corazón del gozo de las aventuras nuevas que viviremos de su mano. Con Él, no hay límites. Nuevos lugares, nuevas personas, nuevas experiencias, nuevos aprendizajes... y los amigos y lugares de siempre que nos llenan el corazón con su amor y nos siguen ayudando a crecer, poquito a poquito, pasito a pasito.

Caminemos, ligeros, con los ojos fijos en Aquel que nos lleva siempre más allá de los límites de nuestro horizonte.