26 julio 2015

Hablemos un poco de la santidad

He tenido el privilegio de peregrinar estos días pasados a Paray Le Monial, lugar donde se apareció el Corazón de Jesús a Santa Margarita de Alacoque, pasando por Lourdes y Ars. Realmente ha sido un verdadero privilegio.

Y hoy me he encontrado esta viñeta, colgada por Mons. Munilla en su Twitter. Con su permiso, la copio en esta entrada del blog, pues me ha parecido muy inspiradora.

Estos días de peregrinación he reflexionado sobre la santidad. No sólo la de los Santos (con mayúscula, esos que ya están en la presencia de Dios en el Cielo) a cuyos lugares hemos podido peregrinar, sino esa santidad en la vida ordinaria que es la llamada que todos tenemos aquí y ahora. Realmente es nuestra verdadera vocación, más allá de nuestro estado de vida.

¿Qué tenían de especial Sta. Margarita o S. Claudio de la Colombiere, o S. Juan María Vianney? Si uno lo piensa humanamente... nada. Más bien al contrario, como ocurría con S. Juan María. A los ojos de lo mundano, no tenían nada especial.

Pero a los ojos de Dios, sí: como todos los Santos, una confianza ciega, sincera y sencilla en la Misericordia de Dios y en su Divina Providencia. Y cuando uno vive eso, se nota. Hasta el mundo lo nota. Es "ese algo" especial que los que lo hemos palpado conocemos bien.

Estos días he podido contemplar y gozar de la compañía de muchos cristianos de a pie. Sencillos, con sus virtudes y defectos, con sus fortalezas y debilidades. Pero con una inmensa apertura a la acción de Dios en sus vidas. Y se les notaba. Por miles de pequeños detalles. Hoy sólo comparto uno, el más importante: amaban y se entregaban, en lo pequeño, en lo sencillo.

Yo quiero ser santa. Es la llamada que Dios me hace. La misma que hace a toda la humanidad. Si me paro a contemplar mi vida, si soy sincera, mi vida es la de la viñeta. Pero no quiero quedarme "en mi ombligo". Porque mi santidad no depende de mí, sino de la promesa de Dios sobre mi vida. Y Él SIEMPRE cumple sus promesas. Esa es mi confianza, mi alegría, mi gozo y mi descanso. Su Misericordia es infinitamente mayor que mi miseria. Dios es y eso me basta (cfr. San Francisco de Asís)

Y, en eso, soy igual que nuestros hermanos los Santos. Así que... Señor, mi Dios, haz en mí según Tú quieras en esta mi pequeñez y mi pobreza. Amén.



Canción: Lo que agrada a Dios (basada en textos de Santa Teresita de Lisieux)
Autor: Luis Alfredo Díaz
https://www.youtube.com/watch?v=_sZDmpHQ4Ao


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